jueves, 30 de junio de 2016

El día y la noche. 2º (Omraam M. Aivanhov)



Omraam M. Aivanhov
El día y la noche. II


Hay un mundo iluminado en el que todo se distingue claramente: formas, colores, dimensiones, distancias, peligros... y hay otro mundo oscuro donde todo esto se difumina en beneficio de otras realidades. 

Y el hombre, que pasa una larga noche en el seno de su madre donde se forma y se prepara para salir al exterior, repite toda su vida esta alternancia: tan pronto despierta y sale de la noche, como se duerme y entra de nuevo en la noche. 
Y si Moisés ha escrito en el Génesis: «Hubo una tarde y hubo una mañana: primer día», se debe a que en el lenguaje esotérico, la tarde, o la noche, precede al día, es decir, a la manifestación.

La manifestación es el día; y la preparación, construcción y formación en la oscuridad y el caos, es la noche. 

La noche precede al día, y las creaciones más importantes se elaboran en la oscuridad. Entonces, ¿cómo se entiende que los Iniciados en la filosofía moral hayan asociado la noche al principio del mal y el día al principio del bien? ¿Por qué las tinieblas han sido siempre el símbolo del Infiemo y la maldad, y la luz el del bien, del Cielo? En realidad todo constituye una sola forma, un aspecto exacto, aunque limitado.

Cuando el sol sale por la mañana, todo se vuelve visible y preciso en el limitado espacio que ilumina: podéis informaros, orientaros, trabajar, calcular e investigar. 

Pero cuando se oculta, todo se difumina, y entonces no distinguís las formas ni los colores, pero veis la inmensidad, el espacio infinito, multitud de estrellas... 
Es tan grande y tan vasto que casi os hace perder la cabeza. Vuestra alma emprende el vuelo, se sumerge en esta inmensidad y se fusiona con otras existencias. 
La paz y la serenidad se apoderan de vosotros, porque ante esta inmensidad lo insignificante desaparece, y finalmente penetráis en la vida universal.

¿Es necesario menospreciar el valor del sol porque haya otros muchos soles en el universo?

No, pero tenemos que aprender el lenguaje de la naturaleza. ¿Cuál es la función del sol? La de individualizarnos, iluminarnos para que podamos estudiar y trabajar en beneficio de nuestra evolución, pues si no existiera sería imposible el hacerlo porque nos perderíamos en la inmensidad. 

El sol es absolutamente indispensable para poder individualizamos y ser conscientes.

El sol, la luna y las estrellas están representados en nosotros mismos. El sol está en nuestra inteligencia en forma de luz, y en nuestros sentimientos en forma de amor. 

En nuestro organismo está representado por el corazón, que es el centro de donde emana y se distribuye por la sangre para alimentar los órganos, a semejanza del Sol que nutre los planetas. Pero el verdadero centro de nuestra vida es el plexo solar, porque de él proviene la vida. Los rusos llaman a este lugar «jivot», que en búlgaro quiere decir «vida». 
Para ellos, «jivot» es toda la región del vientre, estómago y plexo solar. En el Evangelio se dice que cuando el hombre se purifique y se convierta en el Templo de Dios vivo, «de su seno brotarán manantiales de agua viva». El agua viva sale del plexo solar, y de ahí recibe también el niño la vida de la madre a través del cordón umbilical.

Si tomamos el Sol como símbolo del intelecto es porque el intelecto representa para nosotros la facultad capaz de iluminar las cosas, hacémoslas ver y comprender. 

Sin esta luz que proyecta somos ciegos, y si somos ciegos podemos desorientamos y perdemos. 
El intelecto representa en nosotros el sol en forma de entendimiento, comprensión, claridad y sabiduría. 
El intelecto es nuestro sol, pero, de momento, un sol que no siempre nos ilumina correctamente.

¿Qué papel desempeña el intelecto? Al igual que el sol, tiene la propiedad de individualizar las criaturas, separarlas de la colectividad y de la inmensidad, para hacerlas conscientes y capaces de estudiar. Por consiguiente es útil, pero al mismo tiempo, corta nuestros lazos con la verdadera realidad  la inmensidad. 

Podemos decir que destruye la realidad, porque nos la oculta; exactamente igual que el sol, el cual al impedimos abrazar la inmensidad con las otras estrellas, sólo nos permite ver una pequeña porción de tierra.

Por el momento, y tal como se manifiesta en ciertos pensadores, filósofos y hombres de ciencia, el intelecto es un asesino de la realidad. El es quien nos impide ver y comprender lo esencial, y cuanto más se fían de él, más se apartan del cosmos y de la inmensidad. ¿,Eso será así eternamente? No, porque en los proyectos de la Inteligencia cósmica el desarrollo del intelecto sólo es una etapa. Es evidente que la Inteligencia sabe que si el hombre sólo desarrolla el intelecto, se aislará de todo y terminará por volverse materialista, descreído y ateo. 

Pero también sabe que esto será pasajero, pues este intelecto inferior que mantiene sujeto al hombre al aspecto yerto, mecánico y muerto de la naturaleza, está unido al intelecto superior o cuerpo causal.

Recordad el esquema que representa al hombre con sus seis cuerpos: físico, astral, mental inferior, mental superior, búdico y átmico. En el centro se sitúan el cuerpo mental inferior  «manas», como le llaman los teósofos y el mental superior o cuerpo causal; ambos están unidos.

Por esto y gracias a sus actividades, el intelecto inferior terminará un día por despertar al intelecto superior. 

El hombre necesita poseer un intelecto que le permita desarrollarse como individuo y dominar el mundo material. 
Si viviese constantemente sumergido en la vida colectiva y universal, sería incapaz de trabajar en la materia. 
Este es el peligro que acecha a los místicos cuando no saben trabajar en ambas esferas y sólo se entregan al mundo nebuloso y lunar. Evidentemente experimentan algunas alegrías y éxtasis, pero sus trabajos terrestres perecen y también su cuerpo físico. Para poder desarrollarse armónicamente hay que trabajar en los dos planos.

El sol nos impide ver el resto de la creación, la cual, sin embargo, existe; en el universo encontramos incluso soles mucho más grandes y poderosos que el nuestro. 

El sol es necesario e indispensable, y aunque su luz nos impida ver la inmensidad, no hay que reprochárselo, porque este trabajo corresponde al intelecto. 
En un pasado lejano, cuando el intelecto de los seres humanos no estaba desarrollado y su conciencia tampoco estaba despierta en el plano físico, su vida era más bien psíquica, astral, habitaban en medio de los espíritus, se desdoblaban fácilmente y visitaban las regiones invisibles en las que veían las almas de los muertos y se comunicaban con ellas. 
Pero luego, la Inteligencia de la naturaleza decidió desarrollar el intelecto de los seres humanos, y actualmente este intelecto está tan desarrollado que la intuición, la clarividencia y el misticismo han quedado difuminados. Naturalmente algunos han conservado estas creencias, este contacto con las regiones sutiles, pero la mayoría está completamente al margen de todo ello porque trabaja mucho más con el intelecto.

Sin embargo, este intelecto que ahora ensombrece el mundo divino tiene la posibilidad de avanzar y de llegar un día a alcanzar y a unirse con la inteligencia superior, la inteligencia pura y sublime de las causas primeras. 

En este momento preciso, el hombre conocerá al mismo tiempo el mundo objetivo, concreto y material, y el mundo invisible, sutil, espiritual y divino. No hay que eliminar el intelecto porque de entre todas las facultades que Dios nos ha dado, ésta es precisamente la que nos permitirá reencontrarlo. 
Si no tuviéramos esta inteligencia, aunque sea mediocre y limitada, jamás podríamos encontrar nada.

Dios ha dado este intelecto a los seres humanos para que puedan encontrarlo; y no sería difícil si tuvieran un poco de buena voluntad. Tomemos un ejemplo: cuando se ha cometido un crimen, o unos atracadores han desvalijado un banco, la policía acude buscando indicios y tomando las huellas digitales. ¿Por qué? Sencillamente porque está absolutamente convencida de que todo acto, toda obra tiene un autor. Siguiendo el mismo razonamiento, ¿por qué los seres humanos no reconocen que si existe un universo con unas leyes, con un orden, con una armonía, es porque también hay un autor? ¡Ah, no! Cada cosa tiene su autor, pero la naturaleza con los océanos, las montañas, los soles, las constelaciones, y todos los seres vivos,¡no tiene autor...!

Como veis, éste es un razonamiento inconsistente.

No hay que subestimar el intelecto; nunca he querido disminuir su valor, sino sólo explicar cómo se manifiesta por ahora y en qué límites debe permanecer, sin desconocer su rol que es inmenso, pues gracias a él podemos descubrir al Creador, al Señor. Pero hay que obrar con lógica: si creemos que cada crimen tiene un responsable y la naturaleza toda no lo tiene, caemos en un absurdo total. ¡Para ciertas cosas las personas son incrédulas y para otras son de una credulidad impresionante! No creen en el Creador, ni en la Inteligencia cósmica, ni en el mundo divino, ni en la justicia, ni en la bondad, y sin embargo creen que cosecharán frutos sin haber plantado y sembrado nada. Si conociéramos la reencarnación y sus leyes, sabríamos que no hay que esperar, que hay que preparar el terreno para obtener lo que se pide, y que si hubiéramos trabajado en encarnaciones anteriores, tendríamos todo lo que deseamos en la vida.

Como podéis ver, los seres humanos no creen en la Inteligencia divina, pero sí en la estupidez, en el azar y en el absurdo. Algunos materialistas creen que los átomos se han armonizado entre ellos por azar, de manera que han creado cerebros inteligentes. Pero preguntad a un labrador si es el azar quien gobierna la naturaleza: os responderá que no se cosechan higos en las cepas de los viveros, ni ciruelas en los cardos. 

Y si sabe esto, también sabe que la inteligencia produce inteligencia, y el absurdo produce absurdo. Entonces, ¿cómo se entiende que los sabios puedan creer que un azar estúpido, insensato y caótico haya creado un mundo tan inteligentemente organizado? ¡Verdaderamente, es inaudito!


Omraam Mikhaël Aïvanhov
Los secretos del libro de la naturaleza
 

http://www.trabajadoresdelaluz.com.ar/
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El día y la noche.1º ( Omraam M. Aivanhov)



Omraam M. Aivanhov
El día y la noche. I


La naturaleza se manifiesta de muchas maneras: mediante el buen tiempo, la lluvia, la niebla, la nieve... La sucesión de estaciones - primavera, verano, otoño e invierno - y los cambios que ello comporta son como un lenguaje que hay que descifrar. Existe el día y la noche, la actividad y el reposo, la vigilia y el sueño; en todos los niveles encontramos las mismas alternancias. 

El día no representa otra cosa que la actividad, y la noche el reposo. Evidentemente, durante la noche, cuando dormimos, también realizamos un trabajo, pero se trata de un trabajo diferente que no tiene lugar en el consciente, sino en otra región que llamamos subconsciente.

Así pues, el día corresponde al consciente y la noche al subconsciente. 

El primero es el despertar y la actividad, y la segunda, el sueño y la pasividad. También podemos decir que el día representa el consumo  pues con la actividad se sobreentiende que hay gasto -, y la noche la recuperación, el restablecimiento. 
El consumo o gasto de energía no dura mucho si no hay una recuperación, es decir, si no restablecemos nuestras fuerzas y recargamos nuestras baterías.

Ahora bien, para recargarse hay que limpiarse y, precisamente, la actividad que realiza durante la noche el subconsciente está ligada a otras muchas, siendo la primera de todas ellas la limpieza:

Ciertos elementos perjudiciales y tóxicos desaparecen a fin de que la vías respiratorias, circulatorias y eliminatorias se liberen y todos los fluidos sanguíneos, nerviosos, etc..., puedan circular de nuevo.

El hombre realiza un gasto considerable de material y energía para estar activo, consciente y vigilante. 

No podéis imaginaros la cantidad de energía que consume el cerebro para mantenerse consciente, así como para permanecer despierto, ¡la energía que precisa, es increíble! Si se agotan las fuerzas y los materiales que le permiten mantenerse despierto, el hombre suele dormirse durante el día para poder recuperar lo que le falta, y a veces le bastan dos o tres minutos para sentirse restablecido y con las baterías recargadas.

El día y la noche los encontramos en todas partes y bajo diferentes formas. ¿Qué son la primavera y el verano? El día. ¿Y el otoño y el invierno? La noche. De noche la naturaleza entra en reposo, acumulando nuevas fuerzas para que la primavera y el verano den otra vez sus frutos.

Por este motivo en los árboles y las plantas la actividad cambia según las estaciones. Durante el otoño e invierno, el trabajo tiene lugar en las raíces y no alcanza al tronco ni a las ramas: el árbol no tiene hojas, flores, ni frutos. Corresponde al trabajo del subconsciente. Mientras que durante la primavera y el verano, la actividad cobra fuerzas y se sitúa más arriba, lo que corresponde al trabajo del consciente. Luego, una vez más, la actividad vuelve a disminuir y así sucesivamente.

Esta alternancia la encontramos en cada mes, en donde también encontramos el día y la noche: durante catorce días la luna crece, lo cual corresponde al día, y luego, durante los otros catorce días, la luna mengua, lo cual corresponde a la noche. Cuando la luna está creciente, la actividad se desplaza hacia lo alto, hacia el cerebro, y el hombre puede permitirse el gastar y producir más, ser más activo y enérgico. 

Cuando la luna está menguante, la actividad se desplaza hacia el vientre, el estómago, y los órganos sexuales; en este momento el hombre ya no es tan poderoso con su cerebro, pero si lo es con el subconsciente, es decir, es más sensual, come más, duerme más...

Así pues, un mes consta de quince días de claridad y quince de oscuridad. También en una jornada hay un día y una noche, e incluso en una hora encontramos el día y la noche. 

El día es la vigilia, la actividad y el consumo de energía, pero de no existir la noche para prepararlo, aquél no existiría. Pongamos un ejemplo: ¿Qué es la gestación? Una noche. 
El niño pasa nueve meses en esta noche: no es consciente, no ve nada, y, al mismo tiempo, tampoco a él le ve nadie, e incluso su propia madre apenas lo siente moverse. 
Como podéis comprobar la existencia es una noche que dura nueve meses y un día que dura noventa años, y en el intervalo habrán otros días y otras noches. Naturalmente todo lo que acabamos de comentar hay que entenderlo simbólicamente.

En el Génesis está escrita: «Hubo una tarde y hubo una mañana: primer día... Hubo una tarde y hubo una mañana: segundo día...» La tarde equivale a la noche y la mañana al día. ¿Por qué el Creador empezó por la noche? Porque no puede haber un día si antes no ha habido una noche. 

El día no prepara nada, sólo consume y malgasta lo que ha sido preparado y amasado durante la noche.

Antes de que aparezca el sol, la luna y las estrellas, se necesita una preparación en la oscuridad, en las tinieblas, en la noche. Según la Ciencia iniciática, la noche prepara la llegada del día, y las tinieblas la de la luz. Observad el carbón: es negro, y esta oscuridad precede a la llama que brotará de él. 

Así pues, en primer lugar existen las tinieblas, y a través de ellas surgirá la luz, pues son aquéllas las que preparan el nacimiento de la luz.

Las tinieblas representan la materia desorganizada, el caos, el trabajo del subconsciente, antes de que surja algo en la conciencia bajo la forma de luz, comprensión, entendimiento. Hay que saber trabajar con estas nociones, y el mejor momento de hacerlo con el subconsciente es cuando el cielo está cubierto y no hay sol. 

Hay días que conseguís tener éxito en vuestro trabajo espiritual con el consciente y con el supraconsciente porque el sol brilla y las condiciones atmosféricas y las corrientes electromagnéticas son favorables. Sin embargo, cuando estas condiciones son diferentes, ya no podéis hacer el mismo trabajo, y entonces tenéis que cambiar de actividad. 
Y puesto que este tiempo nublado y pesado corresponde a la noche, deberéis detener la actividad de vuestro cerebro y descender al plexo solar.

El plexo solar es la sede del subconsciente, mientras que el corazón lo es del consciente. El subconsciente está unido al cosmos, a la inmensidad, y representa el aspecto colectivo; por lo tanto, cuando os sumergís en él entráis en la vida universal, en el océano de la vida universal, os unís y os fusionáis con ella; a través del plexo solar vibráis con la inmensidad. 

Y cuando queréis convertiros en un individuo consciente, libre, separado, ascendéis de nuevo al cerebro. 
El cerebro individualiza a los seres humanos y el plexo solar los hace ingresar en la colectividad; con el plexo solar hacéis el trabajo correspondiente a la noche.

Durante el día os individualizáis, os sentís completamente desligados de los demás, e incluso podéis llegar a oponeros a ellos, a combatirlos. Por el contrario, durante la noche ya no tenéis vida individual, entráis en la vida universal, en la vida cósmica y os fundís con la inmensidad, extrayendo de ella fuerzas para restableceros, exactamente como hacen los peces, que en los mares y en los océanos nadan y se nutren de los materiales disueltos en ellos. Los seres humanos emergen y se sumergen en el océano cósmico, y esta alternancia es lo que llamamos el día y la noche, el consciente y el subconsciente, la vigilia y el sueño.

Los alquimistas comprendieron enseguida que las tinieblas preceden a la luz. Cuando hablan de «la luz salida de las tinieblas», dan por supuesto que es el resultado de un gran trabajo previo que se hace en la oscuridad. 

Y si se puede trabajar en la oscuridad, ello significa que la oscuridad en realidad no existe. Efectivamente, durante la noche reina una luz deslumbrante que los ojos físicos no pueden percibir porque es una luz astral. Lo que resulta tenebroso para algunos es luminoso para otros, y siempre coexisten en el mismo instante la luz y las tinieblas.

Se puede decir que la luz es hija de las tinieblas, porque es el niño que sale del seno de su madre y no a la inversa. 

La luz jamás ha parido la oscuridad porque ésta la rechaza, pero la oscuridad sí ha parido la luz. ¿De qué forma? Eso es un misterio: por medio del movimiento. Sin movimiento la luz no aparece. En primer lugar hay que frotar, golpear, originar un movimiento que produzca calor, y seguidamente este calor será el que se transforme en luz. Transponiendo este concepto al ser humano, puede decirse que la voluntad es la que origina el movimiento, y éste, a su vez, origina el calor, es decir, el amor; después, al intensificarse, el amor resplandece en forma de luz, inteligencia y sabiduría.

En un principio se encuentra la voluntad o el movimiento. 

La voluntad es algo oscuro, son las tinieblas. En ellas hay una actividad que no vemos y que produce calor, que tampoco vemos pero que sentimos. Finalmente, al intensificarse el calor aparece la luz. Este es exactamente el proceso de la creación. Está escrito en el Génesis; «y El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas». El agua representa la materia sobre la cual el Espíritu de Dios iba a trabajar. 
Este movimiento del Espíritu produjo el calor y éste se transformó en luz, como lo demuestran las siguientes palabras:

«¡Que exista la luz! ». Dios ha creado el mundo con la voluntad - el movimiento -, y con el amor y la sabiduría - el calor y la luz -. De la misma forma puede crear el hombre, pues el movimiento se halla en el plexo solar bajo la forma de vida, el calor está en el corazón bajo la forma de amor y la sabiduría en el cerebro bajo la forma de inteligencia. 

Por otra parte, si tenemos en cuenta la trinidad hindú: Brahma, Vishnúy Shiva, vemos que los Rishis de la India que penetraron en las profundidades de la creación, han situado a Brahma - El Creador - en la región del plexo solar, Vishnú - el Conservador - en el corazón, y Shiva - el Destructor - en el cerebro.

Como podéis ver, ¡cuántas materias nos quedan por profundizar!


Omraam Mikhaël Aïvanhov
Los secretos del libro de la naturaleza
 

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El libro de la naturaleza. ( Omraam M. Aivanhov)


El libro de la naturaleza.

Desde tiempos inmemoriales se ha considerado al hombre como un resumen del universo. Ha sido representado en los templos antiguos como la llave capaz de abrir las puertas del Palacio del Gran Rey, porque todo lo que existe en el universo como materia y energía se encuentra, en un grado menor, en el hombre. Por esta razón llamamos al universo «macrocosmos» - gran mundo -, y al hombre «microcosmos» - pequeño mundo -; y Dios es el nombre del Espíritu sublime que ha creado el gran mundo y el pequeño mundo, el que los ha vivificado y mantiene su existencia.

Para vivir y desarrollarse, este microcosmos que es el hombre debe permanecer en contacto y en unión permanente con el macrocosmos, la naturaleza; debe intercambiar incesantemente con ella, y a estos intercambios les llamamos vida.

La vida no es otra cosa que los intercambios ininterrumpidos entre el hombre y la naturaleza. Si éstos son obstaculizados, sobreviene la muerte. Todo lo que comemos, bebemos y respiramos, es la vida de Dios mismo. 
No hay nada en el cosmos que no sea vivificado y animado por el Espíritu divino. Todo vive, todo respira, todo palpita y comulga con esta gran corriente que brota de Dios e inunda el universo, desde las estrellas hasta la más diminuta partícula. San Pablo decía: «Vivimos y nos movemos en Dios, tenemos nuestra existencia en El».

El intercambio es la clave de la vida. 

La salud o la enfermedad, la belleza o la fealdad, la riqueza o la pobreza, la inteligencia o la estupidez, etc..., dependen de la forma en que el hombre realice estos intercambios. Todo es alimento, respiración, intercambios sin fin. Cuando comemos, realizamos intercambios en el mundo físico; cuando experimentamos sentimientos, los realizamos en el mundo astral; y cuando pensamos, los realizamos en el mundo mental. Como consecuencia de la manera de alimentarse, de respirar, etc... muchas personas obstruyen los canales de su organismo; el intercambio normal entre la naturaleza y ellos mismos no puede realizarse correctamente, y en consecuencia caen enfermos. Lo mismo sucede respecto al intelecto y al corazón. 
Si el intelecto y el corazón no reciben pensamientos luminosos y sentimientos cálidos de forma correcta, y si no rechazan los pensamientos y sentimientos negativos como se rechaza la ceniza y los desperdicios, las personas perecen.

Para ser feliz y vivir plenamente, el género humano debe aprender a realizar correctamente los intercambios y, sobre todo, a abrir su corazón a la naturaleza, a sentir que está ligado a ella, que forma parte de ella. Aquél que abre su corazón a esta corriente divina que atraviesa el universo, realiza el intercambio perfecto, despertándose un nuevo intelecto en él, gracias al cual empieza a captar las cuestiones filosóficas más sutiles. Si le preguntamos: «¿Sabe usted que tal filósofo ha escrito lo que usted dice?», No, lo desconoce, pero no es necesario que lo sepa. Lo que verdaderamente conoce es el intercambio, porque lo vive y lo siente. 

Está muy bien decir que tal pensador ha escrito esto o aquello, pero está mucho mejor aportar pruebas extraídas de la propia experiencia. En lugar de leer libros, es preferible unirse con la única fuente verdaderamente inagotable e inmortal: la naturaleza. De ahora en adelante, debemos aprender a extraer citas del gran libro de la naturaleza, en el que todo está inscrito, pues los hombres perecerán, y debido a sus imperfecciones, todos ellos se habrán equivocado de alguna manera, mientras que la naturaleza permanecerá eternamente viva y verídica.

Un gran Maestro, un gran Iniciado es un ser que conoce la estructura del hombre y de la naturaleza, así como los intercambios que debe realizar con ella mediante sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos. 

Por esta causa, los orientales afirman que se aprende más permaneciendo cinco minutos junto a un verdadero Maestro, que veinte años en la mejor universidad del mundo. Al lado de un Maestro se aprende la ciencia de la vida, porque todo gran Maestro lleva con él la verdadera vida.

La gran diferencia entre los estudios que se hacen en la Universidad y los de una Escuela iniciática, es que en la Universidad se aprende todo lo que es externo a la vida, y después de varios años de estudios no se ha producido cambio alguno, manteniéndose las mismas debilidades y las mismas imperfecciones. Naturalmente, quizá nos hayamos convertido en sabios distinguidos, célebres; quizá hayamos aprendido a manipular instrumentos, a hacer citas, a servirnos de la lengua, e incluso a ganar mucho dinero, pero las posibilidades de deformar la mentalidad de los demás también han aumentado. Por el contrario, aquél que estudia la ciencia iniciática experimenta, después de cierto tiempo, una profunda transformación en sí mismo: su discernimiento, su fuerza moral han aumentado, siendo una bendición para los demás.

Estudiar en la Universidad es como analizar un fruto en el laboratorio con la ayuda de procedimientos físicos y químicos; es aprender qué elementos componen la piel, la pulpa, las pepitas, el jugo, pero sin llegar a saborear jamás el fruto, sin llegar a descubrirlo con la ayuda de los instrumentos naturales que Dios ha puesto a nuestra disposición, sin llegar a experimentar los efectos. 

La Ciencia iniciática quizás no os enseñe nada sobre la composición física del fruto, pero os enseñará cómo comerlo, y vosotros, poco después, os daréis cuenta de que todos vuestros engranajes internos se han puesto en actividad, se han vivificado, equilibrado. Entonces podréis lanzaros a estudiar el gran libro de la naturaleza; descubriréis en él los aspectos físicos, químicos, astronómicos, mucho mejor explicados que en las obras de los universitarios, y veréis cómo están ligados entre sí.

Es útil profundizar en ciertas disciplinas, pues cada una de ellas nos revela un aspecto del universo y de la vida, pero debido a la manera que se estudia actualmente, sólo se profundiza en el lado muerto de las cosas. Un día nos daremos cuenta que hay que vivificar las ciencias, es decir, reerncontrarlas en todas las esferas de la existencia. Entonces, por ejemplo, las fórmulas matemáticas, las formas y las propiedades geométricas hablarán otro lenguaje, y descubriremos que nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos están regidos por las mismas leyes. 

Esto es lo que yo considero la verdadera ciencia. De momento conocemos demasiada astronomía, demasiada anatomía, demasiadas matemáticas..., sin unir estas ciencias entre sí, y sobre todo sin unirlas con el hombre, con su vida.

Os daré un ejemplo. Creéis conocer las cuatro operaciones: suma, resta, multiplicación, y división. Pero en realidad no las conocéis en tanto no sepáis que la suma en nosotros es el corazón. Sí, el corazón sólo sabe sumar, siempre añade y, a menudo, lo mezcla todo. El que resta es el intelecto. En cuanto a la multiplicación, es la actividad del alma, y la división la del espíritu.

Considerad al hombre a lo largo de toda su existencia. 

Cuando es muy pequeño lo toca todo, lo coge y se lo lleva a su boca. La infancia es la edad del corazón, de la primera operación, la suma.

Cuando el niño se convierte en un adolescente y su intelecto empieza a manifestarse, rechaza todo lo que es inútil, perjudicial o desagradable: está restando. 

Más tarde, se lanza a la multiplicación, y entonces su vida se llena de mujeres, niños, casas, agencias, adquisiciones de todo tipo... Finalmente, envejece y piensa que pronto se va a ir al otro mundo; entonces hace su testamento, distribuyendo sus bienes entre unos y otros: divide.

Empezamos acumulando, a continuación despreciamos muchas cosas. Lo que es bueno debemos plantarlo para multiplicarlo. Aquél que no sabe plantar los pensamientos y sentimientos, no conoce la verdadera multiplicación. 

Mientras que aquél que sabe plantar, pronto ve como florece la cosecha, y a continuación puede dividir, distribuir los frutos recolectados. En la vida nos enfrentamos continuamente con las cuatro operaciones. Algo se debate en nuestro corazón de que no es sabio ni tiene una posición elevada. A veces multiplicamos lo que es malo y desperdiciamos lo que es bueno. Así pues, debemos comenzar por estudiar las cuatro operaciones dentro de la misma vida. Después podremos abordar las potencias, las raíces cuadradas, los logaritmos... Pero actualmente tenemos que conformarnos con estudiar las cuatro primeras operaciones, pues hasta ahora no hemos aprendido a sumar y a restar correctamente. A veces adicionamos con pillos rematados y otras veces sustraemos de nuestra cabeza un buen pensamiento, un ideal elevado, porque el primero que llega nos dice que con tales ideas, ciertamente, nos moriremos de hambre.

Todo lo que vemos a nuestro alrededor, todo lo que necesitamos para vivir, todo lo que hacemos tiene un sentido muy profundo. Incluso nuestros gestos cotidianos contienen grandes secretos, pero hay que saber descifrarlos. El Maestro Peter Deunov decía: «La naturaleza entretiene a los hombres vulgares, enseña a los discípulos, y sólo desvela sus secretos a los sabios». 

En la naturaleza todo tiene una forma, un contenido y un sentido. La forma es para la gente vulgar, el contenido para los discípulos y el sentido profundo para los sabios, para los Iniciados.

La naturaleza es el gran libro que hay que aprender a leer. 

Es la gran reserva cósmica con la que tenemos que estar en comunicación. ¿Cómo establecer esta conexión? Es muy simple: se trata del secreto del amor.
Si amamos la naturaleza, no para nuestro placer o distracción, sino porque ella es el gran Libro escrito por Dios, brota en nuestro interior un manantial que limpia todas nuestras impurezas, liberando los canales que están obstruidos y provocando un cambio, gracias al cual a1canzaremos la comprensión, el conocimiento. 
Cuando viene el amor, los seres y las cosas se abren como flores. Por eso, si amamos la naturaleza, ella hablará en nosotros, porque también nosotros formamos parte de ella.

Jakob Boehme, un gran místico alemán, era zapatero... 

Sin duda había merecido este privilegio en una encarnación anterior, pero un día fue iluminado súbitamente por una luz tan potente que le pareció insoportable: todos los objetos a su alrededor se habían vuelto luminosos.

Enloquecido, abandonó su casa y huyó al campo, pero en plena naturaleza fue todavía peor porque las piedras, los árboles, las flores, la hierba, todo era luz y ¡él hablaba a través de esta luz!... Muchos clarividentes y místicos han pasado por la misma experiencia y saben que en la naturaleza todo está vivo y lleno de luz.

A medida que cambian nuestras ideas sobre la naturaleza, modificamos nuestro destino. Si pensamos que la naturaleza está muerta, disminuye la vida en nosotros; si pensamos que está viva, todo lo que contiene, piedras, plantas, animales, estrellas..., vivifica nuestro ser y aumenta la fuerza de nuestro espíritu.


Omraam Mikhaël Aïvanhov
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