martes, 30 de agosto de 2016

Karma, Metamorfosis y Evolución

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Nos reencarnamos no para remediar, equilibrar o reparar lo que hayamos hecho mal en vidas anteriores, sino para vivir experiencias cada vez más complejas, actualizar nuestros talentos y nuestra sabiduría, hacer las cosas de una manera nueva y distinta, viviendo otras circunstancias, relacionándonos en otros ambientes, conociendo otros lugares y gentes, haciendo otras cosas que anteriormente no tuvimos ocasión de hacer, bien porque no nos interesaban, no habíamos encontrado la ocasión propicia para hacerlas o, simplemente, porque en vidas anteriores nuestra alma había escogido otras vivencias, relaciones, aprendizajes… para continuar adquiriendo sabiduría y, sobre todo, amando cada vez más y más profundamente a todo y a tod@s, logrando paulatinamente una felicidad mayor, pase lo que pase por fuera. Asimismo, a la vez que el alma va viendo todo esto, también hay un incremento y enriquecimiento gradual de la conciencia que está en la base y es el principio de todo cuanto existe.
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La vida de cada cual y la Vida en su conjunto no son otra cosa que CAMBIO y EVOLUCIÓN constantes, por lo que la idea de que nos encarnamos para reparar los errores del pasado, hace ya tiempo que dejó de tener sentido y vigencia para mí. La respeto, desde luego, y durante muchos años estuve de acuerdo en una gran parte con ella, aunque ya no la comparto y, por consiguiente, no la sigo. Pienso y siento que, igual que las religiones occidentales hicieron hincapié durante siglos en el sentimiento de culpa por las acciones humanas, una parte de la espiritualidad oriental se centró también de una manera especial en la vergüenza y, para resolverla, se argüía el karma como un modo de rectificar y remedar los errores del pasado. Si tenemos en cuenta que la Vida tiene como base el amor, la sabiduría, el aprendizaje, la evolución, la transformación, la metamorfosis y la alquimia continuas, en realidad nunca nos equivocamos y todo cuanto ocurre en nuestra vida terrena y humana está ahí para apoyar, favorecer e impulsar esa transmutación permanente de las energías en vibraciones energéticas cada vez más elevadas y conscientes. Todo, incluso lo más doloroso y abyecto, cuando somos capaces de comprenderlo, amarlo, aceptarlo y tener en cuenta que tiene un sentido y que pretende llevarnos a alguna parte, por un lado a nuestra personalidad terrestre y, sobre todo, a nuestra alma, toma un nuevo y diferente cariz, mostrándonos lo que oculta para nuestro mayor bien y nuestra más elevada evolución detrás del disfraz con el que exteriormente se presenta. Aquí, en este plano de la existencia, las cosas no siempre son lo que parecen ser y, muchas veces, detrás de una piel de lobo en realidad hay un cordero y a la inversa. Si nos quedamos mirando sólo la superficie y no vamos más allá, únicamente veremos el cordero o el lobo. En cambio, si ahondamos y rascamos en la fachada, descubriremos lo que verdaderamente hay detrás.
Admitir que nos encarnamos para rectificar errores o purgar, limpiar, equilibrar… culpas, presupone, a mi modo de ver, que hay algo en nosotr@s y en nuestra vida que debemos eliminar porque está mal. Presupone que hay algo imperfecto que debe ser eliminado, que somos pecador@s y que necesitamos que esos pecados nos sean perdonados. En cambio, si admitimos que los errores no existen, que todo es experiencia y que las distintas experiencias vividas en cada existencia están y tienen su razón de ser para que evolucionemos y expresemos cada vez de una manera más amplia, plena, divertida y feliz nuestra esencia divina, entonces nunca, sí así de rotundo, nunca cometemos pecados, ni de pensamiento, ni de palabra, ni de obra, ni de sentimiento ni de omisión y, por lo tanto, no hay nada por lo que debamos ser perdonad@s, redimid@s, salvad@s o librad@s. Absolutamente nada.
Todo es perfecto tal como es y sucede, siempre y en todo momento, tanto para un@ mism@ como para quienes nos rodean y para la Vida en todas partes. Por ello, no tenemos necesidad de encarnarnos para limpiar, equilibrar, pulir, eliminar… nada, porque todo ocurrió, ocurre y seguirá ocurriendo siempre de la manera perfecta: la única en que, en cada momento y cada circunstancia, con la sabiduría, la evolución y el grado de conciencia con las que contamos, puede ocurrir, pase lo que pase y hagamos lo que hagamos.
Esta manera de considerar el karma y la reencarnación, en modo alguno es indiferente al dolor que algunas experiencias nos hayan podido causar o que nosotr@s mism@s hayamos causado a otras personas en ellas. Sin embargo, sin ser indiferente al dolor y respetándolo y empatizando con quien lo padece, este punto de vista también tiene en cuenta que el dolor es una experiencia sanadora porque, de una manera u otra, nos saca del ensimismamiento en el yo en que con frecuencia nos encontramos, abriéndonos el camino al endiosamiento y al empoderamiento, es decir, al reconocimiento natural de que Dios es yo y yo soy Dios en el momento en que ceso de ser “yo”. Es decir, en el preciso instante en el que despierto del sueño de la separación para darme cuenta que sólo existen la Unión y la Interrelación de Todo, de que sólo existe la Divina Unidad, expresada, eso sí, en múltiples formas y partes, conservando todas ellas su misma y pura esencia.
El dolor, que también es opcional y que con muchísima frecuencia, tal vez siempre, no es otra cosa que la expresión palpable y audible de un conflicto interior entre la personalidad terrestre y la esencia divina eterna o Espíritu, Yo Superior, Cristo Interior…, o como cada cual quiera denominar eso que realmente somos, se presenta ante nosotr@s para despertarnos, hacernos conscientes del momento y el lugar en el que estamos, de qué y cómo estamos viviendo nuestra vida y lo que estamos haciendo en ella. Gracias a ello, podemos variar el rumbo y encaminarnos hacia nuestro verdadero objetivo, hacia las tareas y situaciones que hemos venido a realizar y vivir.
El dolor lleva implícita en sí mismo una gran oportunidad para evolucionar, para recuperar nuestra autenticidad y esencia divina, no perdidas pero sí escondidas, y para vivir a continuación en consonancia con ellas, sabiendo que todo está unido con todo lo demás, que todo influye y es influido por todo y que todo, lejos de ser algo puntual y anecdótico, está perfectamente encajado en la red de nuestra vida. Una red que no se limita a la vida actual, aunque es en ésta en la que aquí y ahora vivimos y estamos centrad@s, la única vida en la que en el presente podemos seguir evolucionando, disfrutando, riendo y jugando. Y esa red amplia de nuestra vida forma parte, además, de una mucho mayor y que constituye la Matriz de la Vida en todas partes: planetas, galaxias, universos, multiversos…, así como también pertenecen a ella todos los seres que habitan en cada uno de esos planetas, galaxias, universos y multiversos, de todas las especies, de todas las dimensiones y de todas las evoluciones. Porque en esta página de la historia humana, ya tod@s sabemos que Tierra y el sistema solar al que pertenece, no es el único que habita y se mueve por el espacio. ¿Qué sentido tendría que el espacio infinito y la conciencia se hubieran manifestado y precipitado sólo para albergar a un único sistema solar o a una única galaxia? Recordemos también ahora algo esencial: que la base y el centro de esa malla que todo lo contiene, relaciona y mantiene vivo, no es otra que la Luz, la Sabiduría, la Conciencia y el Amor Divinos, presentes en todas y cada una de las experiencias de nuestras numerosas vidas.
El dolor, aun el que sentimos a edad muy temprana, no es sino un despertador espiritual y cósmico, un amigo que nos quita los tapones de las orejas y la venda de los ojos y que, gracias a ello, en ocasiones también nos quita además la alfombra que hay bajo nuestros pies, para que seamos capaces de evolucionar un poco más cada vez, de adquirir un mayor grado de conciencia y de alinearnos, nuevamente, con nuestra esencia divina. Podríamos decir que el dolor es un mensajero excelente, que nos trae la noticia de que debemos prestar atención y observar lo que es en el momento en que aparece, tanto dentro como fuera de nosotr@s mism@s y, a continuación, nos anima a aceptarlo, amarlo, estar con él y trascenderlo, una vez hemos entendido por qué, y sobre todo para qué, está ahí con nosotr@s en esta ocasión, qué función y sentido tiene en el momento evolutivo en que aparece y hacia dónde quiere que nos dirijamos, una vez hayamos hecho todos estos pasos.
Muchas veces el dolor deriva en sufrimiento, que ya no es un sentimiento que nos sirva para evolucionar, que nos estanca en cierto modo y que nos regodea en lo que ha ocurrido, dándole vueltas y más vueltas mentales a la situación por la que sentimos ese dolor. Por eso, el dolor resulta útil a nuestra evolución y tiene pleno sentido dentro de ella, mientras que el sufrimiento no le aporta nada a esa evolución y, además, la pone cuesta arriba, haciéndonos creer que tenemos que esforzarnos para eliminarlo y tratando, por todos los medios, que desaparezca cuanto antes de nuestra vida.
Si escuchamos con atención, honestidad, ausencia de juicios y críticas, con la mente y el corazón abiertos lo que el dolor trata de compartir con nosotr@s, nos daremos cuenta de por qué ha surgido y, sobre todo, para qué está ahí. Buscar el por qué de algo no siempre es posible y, generalmente, suele dar lugar a sentimientos de culpa y de vergüenza por lo hecho, de cuestionamiento sobre lo que podría haber hecho o dejado de hacer en su lugar, sentimientos que no hacen sino ahondar en el dolor y favorecer el sufrimiento. En cambio, buscar y encontrar el para qué siempre está en nuestras manos, en soledad o en compañía de alguien que permanezca a nuestro lado mientras realizamos esa tarea, porque encontrar el para qué nos sitúa en la comprensión, el entendimiento, la sabiduría y la responsabilidad, permitiéndonos encontrar la manera de afrontar ese dolor como algo que está en nuestra vida para que podamos conocernos mejor, encontrar capacidades ocultas o no utilizadas anteriormente, encontrar nuevas posibilidades y oportunidades de vida y seguir armoniosa y amorosamente con nuestra evolución, de una manera nueva y diferente a la utilizada hasta el presente, hasta el momento interno en el que la vida que vivíamos ya no puede seguir viviéndose del mismo modo ni con la misma consciencia con la que estábamos viviendo con anterioridad.
El dolor, la travesía del desierto para llegar al oasis o la noche oscura del alma que precede al claro y maravilloso amanecer, lejos de ser un castigo por nuestras acciones del pasado, es una puerta abierta para la sanación, la plenitud, la alegría, el flujo, el bien-ser (expresión que acuñé hace ya varios años, para el subtítulo de mi primer libro) y la felicidad natural que anidan siempre en el fondo de nuestro corazón. Una puerta que se activa cuando nos desviamos de ese sendero, olvidamos nuestra esencia verdadera, olvidamos quién somos en realidad y vamos por la vida con un disfraz con el que nos manifestamos y movemos en el mundo, como si todos los días fueran carnaval, llen@s de deberes, condicionamientos, expectativas, metas, exigencias, obligaciones, etc., etc.
Todo eso no es sino producto del yo terrestre y temporal, que se cree el centro único del mundo y que, por consiguiente, se considera con pleno derecho a ver cumplidos sus deseos y voluntades, a todas las horas, en todos los lugares y en todas las situaciones y circunstancias, consciente o inconscientemente, tanto da, porque el resultado es el mismo en ambos casos aunque, la mayoría de las veces, por nuestra distracción y falta de observación, solemos hacerlo de manera más inconsciente que consciente.
Si en vez de huir del dolor lo aceptamos, lo amamos incluso, como una manifestación de nuestra esencia divina y permanecemos con él mientras averiguamos para qué se ha presentado en nuestra vida, dónde y cómo lo ha hecho, empezaremos a vislumbrar, con los ojos del corazón, su sentido y a encontrar la manera de trascenderlo, ahondando por el camino en nuestro interior más profundo y reconociendo de paso, o averiguando, según sea el caso, los talentos, habilidades, dones, herramientas y capacidades con los que contamos para modificar la situación en consonancia con ellas y evolucionar a un estado en el que no sólo haya desaparecido el dolor sino que también, sobre todo, hayan hecho acto de presencia el amor, la sabiduría, la paz, el entusiasmo (palabra que deriva de un término griego que significa: “Dios en mí”), la confianza, la inocencia y la feliz naturalidad de las niñas y los niños que, como dios@s que somos albergamos en ese interior tan profundo y que nunca perdemos, por mucho que en ocasiones no les hagamos caso y nos olvidemos de ellas.
El karma por tanto, para mí no es sino metamorfosis y evolución constantes, de vida en vida y también en la vida presente, porque considero que también hay un karma del presente, como hay una metamorfosis y una evolución permanentes, sin importar la cantidad de uno y de otras que haya en cada momento y experiencia sino su calidad, relacionada con la capacidad para que esa evolución y transformación se produzcan, situación a situación e instante a instante, porque así, en realidad, es como ocurre. Nunca dejamos de ser crisálida, al igual que nunca dejamos de ser mariposa, ya que en momento alguno dejamos de evolucionar ni de pasar por una u otra fase, aunque a veces nuestra mente quiera engañarnos y hacernos creer que así es. La vida y la Vida son, no importa lo que pase y puesto que son, no pueden dejar de moverse, evolucionar, transformarse y metamorfosearse. Démonos cuenta que en esta última palabra, el amor está incluido en ella: met-amor-fosis y allí donde está el amor, lo único que puede ocurrir es bueno, placentero y apetecible para el alma, aunque a veces no lo sea para el ego. Como la vida y la Vida siempre son, nunca va ni vamos hacia atrás, sería imposible. Nunca perdemos nada. Nunca dejamos de crecer ni de de transformarnos. Así es hagamos lo que hagamos, estemos donde estemos y así también es cuando decidimos hacer nada, dedicándonos a dejarnos fluir por el mar de la Vida y de la Conciencia, mecid@s por sus arrullos y sostenid@s por sus maravillosos brazos. 
Recordemos también que, además del karma, existe el dharma: el propósito específico en la vida o la misión que nuestra alma ha de materializar en la existencia presente. En la Rueda Zodiacal, por ejemplo, ambos aspectos están representados por los Nodos Lunares, a los que se da una importancia primordial en la astrología hindú. El Nodo Sur está relacionado con el karma y el Norte con el dharma.
¡Feliz karma y, sobre todo, feliz dharma para tod@s! Namasté.
María Sánchez-Villacañas de Toro
Alcántara Psicología y Espiritualidad
Escuela para la Evolución del Alma
metamorfosisyvida2013@gmail.com
https://metamorfosisyvida.wordpress.com

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