jueves, 10 de noviembre de 2016

¿QUÉ TENGO YO QUE MI AMISTAD PROCURAS?

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? 
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
 que, a mi puerta, cubierto de rocío, 
pasas las noches del invierno oscuras? 
Oh, ¡cuanto fueron mis entrañas duras
 pues no te abrí!. ¡Qué extraño desvarío
 si, de mi ingratitud el hielo frío 
secó las llagas de Tus plantas puras!
 ¡Cuántas veces el ángel me decía: 
alma, asómate ahora a la ventana, 
verás con cuánto amor llamar porfía; 
y cuántas, hermosura soberana, 
mañana le abriremos, respondía, 
para lo mismo responder mañana!.
 * * * 
¡Qué sorpresa me he llevado
 al comprobar que, ese Dios 
al que siempre había buscado,
 estaba ya cobijado
dentro de mi corazón!. 
¡Qué sorpresa me he llevado 
al escucharle decir 
que de mí se ha enamorado
 y, de amor arrebatado, 
se ha venido en mí a vivir,
 y que, esa voz que he escuchado
 tantas veces, es Su voz 
que a mi oído ha susurrado,
 inclinándome del lado 
de la luz y del amor!. 
¡Qué sorpresa me he llevado! 
¡Qué sorpresa y qué ilusión!
 * * *
 Si miro en lo profundo de mi ser
 veo luz, Señor; 
una luz pequeñita, pero luz.
 y yo sé que es Tu luz.
 * * * 
Si estás en mí, Señor, mi recorrido 
es, tan sólo, en verdad, de mí... hasta mí. 
Un más breve sendero nunca vi...
 ni más arduo, difícil ni escondido. 
* * * 
Ya sé, Señor, que Tú eres mi inquilino; 
ya sé, Señor, que estás dentro de mí
y que debo acercarme tanto a Ti,
 que acabe convirtiéndome en divino.
 ¡Qué dulce y milagroso desatino: 
que un ser tan débil, pobre y baladí 
descubra a todo un Dios dentro de sí
y tenga su conquista por destino! 
Pero, Señor, ¡qué senda tan estrecha!.
 ¡Qué camino tan arduo y tan fragoso!.
¡Qué luchas, qué peligros... qué maltrecha 
queda el alma, del miedo y el acoso; 
pues esa breve senda aún no está hecha
 y yo, Señor, no soy ningún coloso!. 
* * * 
Eres un mar, Señor, do yo buceo
 y, cuanto más profundo logro hallarme, 
más Te alcanzo y aún más deseo bajarme
 para alcanzarte más, do más Te veo. ...
Que eres sin fin, Señor, y Tus profundos, 
cada vez más brillantes y más claros, 
se me hacen, por momentos, menos raros 
y en ellos vivo siglos en segundos. 
* * * 
¿Cómo fue, mi Señor, caber en mí, 
una insignificante criaturilla, 
y sembrar en mi pecho la semilla
 que me hiciera tender recto hacia Ti?.
 ¿Cómo lo hiciste para que Te viera,
 si andaba distraído en tantas cosas 
que entonces semejaban ser hermosas, 
aunque ninguna fuese verdadera?
 ¿Qué me encontraste para distinguirme
 con Tu visita y Tu magnificencia, 
si yo no ostento mérito ni ciencia 
ni soy en las virtudes nada firme?.
 ¿Y, qué esperas de mí, de mi albedrío,
 salvo rendirme a Ti y, en Tu presencia
 refugiarme, incapaz de resistencia,
 y feliz de ser Tuyo y que seas mío?.
 * * * 
¡Qué locura, qué dulce desatino: 
que la criatura, envuelta en denso velo,
 tenga ante sí, viviendo en este suelo,
 la conquista de Dios como destino!
. ¡Y qué prueba de amor tan sin pareja, 
que el Dios que lo hizo todo y lo mantiene, 
a la busca del hombre, abajo, viene 
y en él, sin restricciones, se refleja!. 
¡Dichosa chifladura, único encuentro!. 
¿Qué puede superar tal sinrazón: 
que Dios se auto-limite en un rincón 
y el hombre de los cielos se haga el centro?.
 * * * 
¿Quién algo así pensara: 
poder ser Dios y ser, al mismo tiempo, hombre;
 del cuerpo se olvidara 
y el alma, ya sin nombre, 
de su deidad y humanidad se asombre?.
 ¿Quién pudo imaginar 
que la criatura ciega y extraviada 
llegaría a gozar,
 dentro de su gran nada,
 de esta felicidad jamás soñada?.
 ¡Qué misterio el amor!. 
¡Qué fuerza tan sublime y tan potente 
que, a su propio Creador
 lo obliga, ya impotente, 
a fundirse en su obra, el ser viviente!.
 * * * 
No sé qué has visto en mí, no sé qué hechizo
 pueda yo poseer, que Te enamore
 y merezca el favor de quien me hizo
 hasta el punto que dentro de mí more. 
¡Qué extraña unión, jamás imaginada:
 la criatura y su Dios, enamorados!. 
Pero, ¡qué desigual pues, encontrados,
 Tú lo das todo y yo no pongo nada!. 
* * * 
Yo soy feliz y estoy enamorado. 
Estoy enamorado de mi Dios. 
¡Qué osadía tan grande, haber pensado 
en algo tan inmenso y tan atroz!. 
Mas, fuiste Tú, Señor, quien me ha llamado
 con voz irresistible, en mi interior; 
fue idea Tuya, y Tú el que me has quemado 
con la llama sublime de Tu amor; 
Y yo, pobre de mí, sin más camino 
que entregarme en Tus brazos, deslumbrado, 
Te abandoné mi alma, mi destino,
 mi corazón, mi mente... y, subyugado,
 me enamoré a rabiar de mi asesino.
 ¡Dichosa sinrazón que me ha salvado!. 
* * * 
Madrid, 21 de diciembre de 1.996 
FRANCISCO MANUEL NÁCHER
http://universo-espiritual.ning.com/
http://compartiendoluz2.blogspot.com.es/

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