domingo, 21 de agosto de 2016

EL PODER DEL PENSAMIENTO SU DOMINIO Y CULTURA DE ANNIE BESANT- CAPITULO V PRIMER ESCRITO- CONCENTRACIÓN


CAPITULO V (PRIMER ESCRITO)

CONCENTRACIÓN 
Pocas cosas hay que sean tan difíciles para el estudiante que principia a educar su mente como la concentración. 
En las primeras etapas de la actividad de la mente, el progreso depende de sus veloces movimientos, de su viveza, de su disposición para recibir los choques de sensaciones tras sensaciones, volviendo su atención prontamente de una a otra. En esta etapa la versatilidad es una cualidad valiosísima siendo esencial para el progreso la dirección constante de la atención hacia lo externo. 
Mientras que la mente esté reuniendo materiales para pensar, la extrema movilidad es una ventaja; y durante muchas, muchísimas vidas, la mente se desarrolla por medio de esta movilidad, la cual aumenta con la práctica. 
La interrupción de esta costumbre de exteriorizarse en todas direcciones, la imposición de la fijeza de la atención en un solo punto, semejante cambio causa un sacudimiento, un choque, y la mente se precipita alocada, como el caballo no domado cuando por primera vez siente el freno. 
Hemos visto que el cuerpo mental se amolda a las imágenes de los objetos a que se dirige la atención. 
Patanjali habla de la interrupción de las modificaciones del principio pensante, esto es, la interrupción de esas constantes reproducciones del mundo externo. El detener las constantes modificaciones del cuerpo mental, y el mantenerlo amoldado con fijeza a una imagen mental, es concentración en lo que a la forma se refiere; dirigir la atención con fijeza a esta forma, a fin de reproducirla perfectamente dentro de sí, es concentración en lo que respecta al conocedor. 
En la concentración, la conciencia está fija en una sola imagen; toda la atención del conocedor está dirigida a un solo punto, sin fluctuaciones ni desviaciones. 
La mente la cual discurre continuamente de una a otra cosa, atraída por los objetos externos, amoldándose a cada uno en veloz sucesión - es enfrentada, mantenida y obligada por medio de la voluntad a permanecer en una forma, moldeada a una imagen, sin atender a ninguna otra impresión. 
Ahora bien; cuando se mantiene a la mente de este modo, amoldada a una imagen, y el conocedor la completa fijamente, obtiene un conocimiento del objeto muchísimo mayor que el que pudiera aportarle cualquier descripción verbal del mismo. Nuestra idea de una pintura, de un paisaje, es mucho más completa cuando la hemos visto que cuando sólo la leemos u oímos hablar de ella. 
Y si nos concentramos en tal descripción, la pintura toma forma en el cuerpo mental, y obtenemos un conocimiento mucho más completo que el que se obtiene por la mera lectura de las palabras. 
Las palabras son símbolos de las cosas, y la concentración en el bosquejo de una cosa producida por la palabra descriptiva, añade más y más detalles, por ponerse la conciencia más en contacto con la cosa descrita. 
Al principio de la práctica de la concentración hay que luchar con dos dificultades. 
Primera, el desatender las impresiones que continuamente se reciben. Hay que impedir que el cuerpo mental conteste a estos contactos, debiendo resistirse la tendencia a responder a las impresiones externas; pero esto requiere dirigir parcialmente la atención a esta misma resistencia, y cuando se ha vencido la tendencia a responder, la resistencia misma tiene que cesar; necesitase el equilibrio perfecto, ni resistencia ni no resistencia, sino una firme quietud, tan poderosa que las ondas externas no produzcan ningún resultado, ni tan siquiera el resultado secundario de tener conciencia de un algo que hay que resistir. Segunda, la mente debe sostener como única imagen, durante el tiempo que sea el objeto de la concentración; no sólo debe resistirse a ser modificada en contestación a los choques externos, sino que debe también cesar su propia actividad interna, la cual está siempre barajando su contenido, pensando en él, estableciendo nuevas relaciones, descubriendo semejanzas y desemejanzas ocultas. 
Esta imposición de quietud interna es aún más difícil que permanecer ignorante de choques externos, por referirse a su propia vida intima y completa. 
El volver la espalda al mundo externo, es más fácil que aquietar el interno, porque este mundo interno está más identificado con el Yo; y en una palabra, para la mayor parte de la gente en el presente grado de evolución, representa el "yo" (personal). 
El intento mismo, sin embargo, de aquietar la mente de este modo, produce pronto un avance en la evolución de la conciencia, porque inmediatamente sentimos que el que gobierna y el gobernado no pueden ser uno, e instintivamente nos identificamos con el primero. 
"Yo aquieto mi mente", es la expresión de la conciencia, y se siente a la mente como perteneciendo al "yo", como una propiedad suya. 
Esta distinción crece inconscientemente y el estudiante encuentra que está adquiriendo la conciencia de una dualidad, de algo que domina y de algo que es dominado. 
La mente concreta inferior es apartada y el "yo" se siente como un poder mayor, como una visión más clara, y se desarrolla un sentimiento de que este "yo" no depende ni del cuerpo ni de la mente. Este es el primer albor de conciencia de la verdadera naturaleza inmortal, y el horizonte se dilata, pero interiormente, no externamente, hacia adentro, más y más, continuamente y sin limitación. 
Desarróllase el poder de conocer la Verdad a primera vista, el cual sólo se muestra cuando se trasciende a la mente, con su lento proceso de razonar. Porque el "yo" es la expresión del Yo, cuya naturaleza es conocimiento, y siempre que se pone en contacto con una verdad encuentra sus vibraciones regulares, y por tanto en armonía con las suyas, al paso que lo falso le desentona y causa un sonido discordante, anunciando su naturaleza con su mismo contacto. 
A medida que la mente inferior asume una posición más y más subordinada, estos poderes del Ego afirman su propio predominio, y la intuición  análoga a la visión directa del plano físico sustituye al razonamiento, el cual puede ser comparado al sentido del tacto en el plano físico. 
Cuando la mente está bien educada en la concentración de un objeto, y puede sostener su "agudeza"  según especialmente se llama este estado corto rato, el grado que a éste sigue es abandonar el objeto y mantener la mente en esta actitud de atención fija, sin que la atención esté dirigida a cosa alguna. 
En este estado el cuerpo mental no muestra ninguna imagen; su material propio existe siempre, mantenido fijo y firme, sin recibir impresiones, en un estado de calma perfecta, como un lago sin olas. Entonces el Ego puede formar el cuerpo mental con arreglo a sus propios elevados pensamientos y penetrarlo con sus propias vibraciones. El puede moldearlo con arreglo a las elevadas visiones de los planos superiores al suyo, de los cuales ha obtenido un vislumbre en sus momentos de mayor elevación, y de esta manera puede aportar ideas a las que el cuerpo mental no hubiera podido responder de otro modo. Estas son las inspiraciones del genio, ese relámpago que desciende a la mente con deslumbrante luz y que ilumina al mundo. El hombre mismo que las comunica al mundo escasamente puede decir, en su estado mental ordinario, cómo han llegado a él: sólo sabe que de algún modo extraño. ...el poder dentro de mí resonando Vive en mi labio y llama con mi mano.

LA CONCIENCIA ESTA DONDE QUIERA QUE HAY UN OBJETO AL CUAL RESPONDE 

En el mundo de las formas, una forma ocupa un espacio definido y no puede decirse  si se permite la frase que está en un sitio donde no está; esto es, que ocupando cierto lugar, está más cerca o más lejos de otras formas que ocupan determinados sitios con relación al suyo. 
Si cambia de un sitio a otro, tiene que cruzar el espacio que entre ambos media, cuyo tránsito puede ser rápido o lento, veloz como un relámpago o perezoso como la tortuga, pero que tiene que hacerse y emplear cierto tiempo, ya sea corto o largo. Ahora bien: respecto de la conciencia, el espacio no existe. 
La conciencia cambia de estado, pero no de sitio, y abarca más o menos, conoce o no conoce aquello que no es ella misma, justamente en la proporción en que pueda o no pueda responder a las vibraciones de los no-yos. 
Su horizonte se ensancha con su receptividad, esto es con su poder de responder, con su poder de reproducir vibraciones. 
En esto no hay nada de viajar, de cruzar intervalos intermedios. El espacio pertenece a las formas, las cuales se afectan más entre sí cuanto más próximas se hallan unas de otras y cuya mutua influencia disminuye a medida que aumenta la distancia que las separa. 
Todos los que practican la concentración con éxito descubren para si esta no existencia del espacio para la conciencia. 
Un verdadero adepto puede adquirir conocimiento de cualquier objeto concentrándose en él, sin que la distancia afecte en nada tal concentración. 
Adquiere conciencia de un objeto que se encuentre, pongamos por caso, en otro planeta, no porque su visión astral actúe telescópicamente, sino porque en la región interna existe el universo entero como un punto; un hombre semejante llega al Corazón de la Vida y ve todas las cosas en él. 
En los Upanishadas está escrito que dentro del corazón hay una pequeña cámara, y que dentro de ella está el "éter interno", el cual es coextensivo con el espacio; éste es el Atma, el Yo inmortal inaccesible a todo dolor. 
Dentro moran el firmamento y el mundo; dentro moran el fuego y el aire, el sol y la luna, los relámpagos y las estrellas, todo lo que está y todo lo que no está en Este (el Universo). "Chhandogyopanishad", VIII, 1, 3. 
Este "éter interno del corazón" es un término místico antiguo que describe la naturaleza sutil del Yo, el cual es, verdaderamente, uno y todo penetrante, de suerte que aquel que sea consciente en el Yo, es consciente de todos los puntos del Universo. La ciencia dice que un movimiento de un cuerpo aquí, afecta la estrella más distante, porque todos los cuerpos están sumergidos en el éter y penetrados por él, un medio continuo que transmite las vibraciones sin fricción alguna, y por tanto, sin pérdida de energía, y por consiguiente a cualquier distancia. 
Esto es en el aspecto forma de la Naturaleza. 
Es, pues, natural que la conciencia, el aspecto vida de la Naturaleza, sea del mismo modo toda penetrante y continua. Nosotros sentimos que estamos "aquí" porque estamos recibiendo impresiones de los objetos que nos rodean. 
Así, cuando la conciencia vibra en contestación a objetos "distantes" de un modo tan completo como a objetos "próximos", sentimos que estamos con ellos. 
Sí la conciencia responde a un suceso que tiene lugar en nuestra propia habitación, no hay diferencia en el conocimiento que se adquiere de uno y de otro, y en ambos casos se siente igualmente estar "aquí". 
El Conocedor está donde quiera que su conciencia puede responder, y el aumento de este poder significa la inclusión en su conciencia de todo aquello a que responde, de todo aquello que está en su esfera de vibración. 
En este punto también es útil la analogía física. 
El ojo puede ver todo aquello que puede lanzar vibraciones luminosas en él, pero nada más. Puede responder dentro de cierta esfera de vibraciones; todo lo que esté fuera de ella, por encima axioma hermético "así como es arriba es abajo", o por debajo, es para él oscuridad. 
El antiguo es una clave en el laberinto que nos rodea, y estudiando lo reflejado abajo, podemos muchas veces aprender algo del objeto que desde arriba se refleja. 
Una diferencia entre este poder de estar consciente de cualquier sitio y "el ir" a planos superiores, es que en el primer caso el Jiva , ya esté o no encerrado en sus vehículos inferiores, se siente en el acto en presencia de los objetos "distantes", y en el segundo, revestido del cuerpo mental y del astral, o solamente del primero, viaja velozmente de un punto a otro con conciencia de la traslación. 
Una diferencia aun mucho más importante es que el Jiva puede encontrarse en medio de una multitud de objetos de los cuales no entiende absolutamente nada, un mundo nuevo y extraño que se sorprende y confunde; al paso que en el primer caso comprende todo lo que ve, y conoce en todas ocasiones la vida así como la forma. Estudiada de este modo, la luz del Yo Uno brilla a través de todo, y se goza de un conocimiento sereno que nunca pudiera adquirirse pasando edades sin cuento en medio del desierto de las formas. 
La concentración es el medio por el cual el Jiva escapa de la esclavitud de las formas y entra en la paz. "Para él no hay paz sin la concentración", dice el Maestro (Bhagavad Gita, II, 66); pues la paz tiene su nido en una roca que se cierne sobre las agitadas ondas de la forma.
MENTES VAGABUNDAS 
La queja universal que viene de los que principian a practicar la concentración, es que el intento mismo de concentrarse da por resultado una mayor inquietud de la mente. 
Hasta cierto punto esto es verdad; pues la ley de acción y reacción funciona en esto como en todo, y la impresión que se impone a la mente produce una reacción correspondiente. 
Pero al paso que admitimos esto, vemos, estudiando el asunto con mayor detenimiento, que el aumento de inquietud es en gran parte ilusorio. 
El sentimiento de tal aumento se debe principalmente a la oposición que de repente hace surgir entre el Ego que desea la fijeza y la mente en su condición normal de movilidad. 
El Ego ha sido, durante una larguísima serie de vidas, llevado de aquí para allá por la mente en todos sus veloces movimientos, así como el hombre es llevado siempre a través del espacio por la tierra. 
El no es consciente del movimiento; no sabe que el mundo se mueve, de tal manera forma él parte del mismo, moviéndose como él se mueve. Si pudiera separarse de la tierra y detener su propio movimiento sin quedar reducido a átomos, entonces solamente podría tener conciencia de que la tierra se movía con gran velocidad. 
Mientras el hombre cede a todos los movimientos de la mente no se da cuenta de su continua actividad e inquietud; pero cuando se queda quieta, cuando cesa de moverse, entonces siente el incesante movimiento de la mente, a la cual hasta entonces ha obedecido. Si el principiante conoce estos hechos, no se desanimará desde el comienzo mismo de sus esfuerzos al encontrarse con esta experiencia universal, sino que considerándola como una resultante natural, proseguirá tranquilamente su tarea. 
Y, después de todo, no hace más que repetir la experiencia que expresó Arjuna hace cinco mil años. 
“Este Yoga que Tú has declarado ser por ecuanimidad, oh matador de madhu , no lo veo firmemente fundado, a causa de la inquietud; pues la mente es verdaderamente inquieta, oh Krishna; es impetuosa, fuerte y difícil de doblegar: la considero tan difícil de dominar como el viento. 
Y la contestación es, no obstante, verdad, la contestación señala el único medio de conseguirlo. Sin duda alguna, oh poderoso armado, la mente es difícil de dominar e inquieta; pero puede ser doblegada por medio de la práctica constante y por la indiferencia. ("Bhagavad Gita, VI, 35, pág. 94.”) 
La mente, de este modo aquietada, no perderá tan fácilmente su equilibrio por los pensamientos vagabundos de otras mentes que buscan siempre dónde deslizarse, multitud vagabunda que constantemente nos rodea. 
La mente acostumbrada a la concentración, retiene siempre cierta positividad, y no se amolda fácilmente a los intrusos. Todos los que se dediquen a educar sus mentes deben mantener una actitud de firme vigilancia respecto de los pensamientos que "vienen a la mente", practicando siempre con ellos una selección constante. 
El negarse a abrigar malos pensamientos, el repelerlos prontamente si llegasen a entrar, el reemplazar en el acto un pensamiento malo por uno bueno de naturaleza opuesta, esta práctica templará la mente de tal modo que después de cierto tiempo obrará automáticamente, rechazando por si misma lo malo. 
Las vibraciones rítmicas, armoniosas, repelen las inarmónicas e irregulares; son lanzadas del  El demonio de las tinieblas, o sea los malos deseos y bajas pasiones. - "Bhagavad Gita", páginas 93 y 94 
Rítmica y vibrante superficie como una piedra que choca contra una rueda que gira. 
Viviendo, como todos vivimos, en una corriente continua de pensamientos buenos y malos, necesitamos cultivar la acción selectiva de la mente, de suerte que los buenos sean automáticamente acogidos y los malos automáticamente rechazados. 
La mente es como un imán, que atrae y repele, y la naturaleza de sus atracciones y repulsiones puede ser determinada por nosotros mismos. Si observamos los pensamientos que acuden a nuestra mente, veremos que son de la misma clase que los que habitualmente abrigamos. 
La mente atrae los pensamientos que son congruentes con sus actividades normales. Si, pues, practicamos deliberadamente durante un tiempo la selección, la mente verificará pronto esta selección por sí misma en la senda que se le ha marcado, y de este modo los pensamientos perjudiciales no penetrarán en la mente, al paso que los benéficos encontrarán siempre la puerta abierta.
MODO DE CONCENTRARSE 
Una vez comprendida la teoría de la concentración, el estudiante debe principiar su práctica. 
Si tiene un temperamento de devoción, su trabajo se simplificará mucho, porque puede tomar el objeto de su devoción como objeto de contemplación; y como el corazón es atraído poderosamente a ese objeto, la mente permanecerá gustosamente en él, presentando la imagen amada sin esfuerzo y excluyendo las otras con igual facilidad; pues la mente es constantemente impelida por el deseo y sirve siempre como ministro del placer. 
Aquello que causa placer es lo que la mente busca siempre, y siempre trata de presentar imágenes que causan placer y de excluir las que originan dolor. De ahí que se sostendrá en la imagen amada, fijándose en tal contemplación por el poder que causa, y si se le obliga a separarse de ella, volverá una vez y otro. 
Un devoto puede, pues, alcanzar muy pronto un grado considerable de concentración; piensa en el objeto de su devoción, creando con la imaginación tan claramente como le es posible, una pintura, una imagen de aquel objeto, y luego conserva la mente fija en esa imagen, en el pensamiento del amado. 
Así, un cristiano pensaría en el Cristo, en la Virgen Madre, en su Santo Patrono, en su Ángel Guardián, etc.; un indio pensaría en Maheshvara, en Vishnu, en Uma, en Shri Krisna; un budista pensaría en Buda, en Bodhisattva; un parsi en Ahuramazda, en Mithra, y así sucesivamente. 
Todos y cada uno de estos objetos llaman la devoción del que adora, y la atracción que ejercen sobre el corazón ata la mente al objeto causante del placer. 
De este modo la mente se concentra con el menor esfuerzo, con la pérdida menor de fuerza. Cuando el temperamento no es de devoción, puede, sin embargo, utilizarse como ayuda el elemento de atracción; pero en este caso debe atraer a una idea, no a una persona. 
Los primeros intentos de concentración deben hacerse siempre con esta ayuda. En la persona no devota la imagen atrayente debe tomar la forma de alguna idea profunda, de algún elevado problema; esto es lo que debe formar el objeto de la concentración, y en él debe fijarse firmemente. 
En esto, el poder de sujeción de la atracción es el interés intelectual, el deseo profundo de conocimiento, uno de los amores más hondos del hombre. 
Otra forma de concentración de mucho resultado, para el que no se sienta atraído a una personalidad como objeto de devoción, es elegir una virtud y concentrarse en ella. 
Semejante objeto puede despertar una especie de verdadera devoción, porque llama al corazón, por medio del amor, a la belleza intelectual y moral. 
La virtud debe ser imaginada por la mente del modo más completo posible, y cuando se ha obtenido una vista general de sus efectos, la mente debe sostenerse fija en su naturaleza esencial. 
Otra gran ventaja de esta clase de concentración es que la mente se moldea a la virtud y repite sus vibraciones, convirtiéndose la virtud gradualmente en parte de la naturaleza y estableciéndose firmemente en el carácter. 
Este moldeamiento de la mente es en realidad un acto de creación propia, pues la mente, después de algún tiempo, asume gustos a las formas a que se le ha obligado por la concentración, y estas formas se convierten en los órganos de su expresión habitual. 
Con verdad se ha escrito de muy antiguo: “El hombre es la creación del pensamiento; lo que piensa en su vida, en eso mismo se convertirá en lo sucesivo. (Chhandogyopanishad, III, XIV, l.)” 
Cuando la mente se aparta del objeto, ya sea éste de devoción o intelectual como sucederá una y otra vez , debe ser atraída y fijada de nuevo en el objeto. 
Muchas veces, en un principio, vaga lejos sin que tal vagar se note, y el estudiante despierta repentinamente al hecho de que está pensando en una cosa muy distinta del objeto propuesto. Esto sucederá una y cien veces, y con paciencia debe volverla a traer al punto; es un procedimiento fastidioso y cansador, pero no hay otro medio de obtener la concentración. 
Es un ejercicio mental útil e instructivo, cuando la mente se ha deslizado de este modo sin que se note, el traerla de nuevo al punto haciéndola retroceder por el mismo camino por el cual se apartó. Este procedimiento aumenta el dominio del jinete sobre su desbocado corcel y disminuye así su inclinación a escapar. 
El pensar consecutivo, aunque es un paso hacia la concentración, no es una cosa idéntica, porque en el pensar consecutivo la mente pasa por una serie de imágenes y no está fija en una sola. 
Pero como es mucho más fácil que la concentración, el principiante puede usarlo como preparatorio de la otra tarea más difícil. Para un devoto es muchas veces más útil elegir una escena de la vida del objeto de su devoción, y el pintar vividamente la escena en sus detalles, de localidad, paisaje y colorido. De este modo la mente se afirma gradualmente en una senda, y, por último, se la puede conducir y fijarse en la figura principal de la escena, o sea el objeto de devoción. 
Al reproducirse la escena en la mente asume un sentimiento de realidad, y de este modo puede ser posible ponerse en contacto magnético con los anales de esta escena en un plano superior - la fotografía permanente de ella en el éter cósmico  y obtener así un conocimiento mucho mayor de ella que el que puede haberle dado cualquier descripción. 
De este modo también el devoto puede ponerse en contacto magnético con el objeto de su devoción, y por medio de este contacto directo entrar en relación mucho más intima con él; pues la conciencia no se halla bajo ninguna limitación física de espacio, sino que está donde quiera que se halla consciente - circunstancia que ya ha sido explicada. 
La concentración misma, sin embargo, debe tenerse presente que no es este pensar consecutivo, y la mente tiene por último que ser firmemente atada al objeto único y permanecer fija en él, no razonando sobre él, sino, como dijéramos, extrayendo, absorbiendo su contenido.
LOS PELIGROS DE LA CONCENTRACIÓN 
Existen ciertos peligros relacionados con la práctica de la concentración, respecto de los cuales hay que prevenir a los principiantes, pues muchos estudiantes, ansiosos en su deseo de avanzar mucho, van demasiado de prisa, y así se crean obstáculos en lugar de mayores facilidades. 
El cuerpo puede llegar a perjudicarse debido a la ignorancia y falta de cuidados del estudiante. Cuando un hombre concentra su mente, su cuerpo se pone en un estado de tensión que él nota y que es involuntario en lo que a su intención concierne; esta clase de relación de la mente y del cuerpo puede observarse en muchas cosas triviales: un esfuerzo para recordar algo ocasiona arrugas en la frente, los ojos se fijan y las cejas descienden; la atención firme es acompañada por fijeza de los ojos; la ansiedad por una mirada vehemente y atenta. 
Durante edades el esfuerzo de la mente ha sido acompañado por el esfuerzo del cuerpo, pues habiendo estado dirigida la mente por completo a suplir las necesidades del cuerpo por medio de esfuerzos corporales, ha establecido así una asociación que obra automáticamente. 
Cuando se principia la concentración, el cuerpo, siguiendo su costumbre, sigue a la mente y los músculos se ponen rígidos, y tirantes los nervios; de aquí que un gran cansancio físico, un agotamiento muscular y nervioso, un dolor agudo de cabeza, pueden seguir a los esfuerzos que se hagan; y así la gente es inducida a renunciar a tal ejercicio creyendo que estos malos efectos son inevitables. 
Es un hecho positivo que puede evitarse con una simple precaución. 
El principiante debe de vez en cuando interrumpir su concentración, lo suficiente para observar el estado de su cuerpo, y si lo encuentra cansado, tirante o rígido, debe abandonarla en el acto; cuando esto se ha hecho varias veces, los lazos de asociación se romperían y el cuerpo permanecerá flexible y descansando mientras la mente esté concentrada. Pantanjali dice que en la meditación la postura que se adopte debe ser "cómoda y agradable", pues el cuerpo no puede ayudar a la mente con su tensión y se perjudica. 
Quizás una anécdota personal no será permitida como ilustración del caso. 
Un día, mientras me hallaba bajo la educación de H.P.Blavatsky, me indicó que hiciese un esfuerzo de voluntad; lo hice muy intenso, y con el resultado de una gran hinchazón de los vasos sanguíneos de la cabeza. 
"Querida mía  dijo secamente , no se quiere con los vasos sanguíneos". Otro peligro físico proviene del efecto producido por la concentración en las células nerviosas del cerebro. 
A medida que aumenta el poder de la concentración, a medida que la mente se aquieta y el Ego principia a obrar por medio de la misma, pone de nuevo a prueba las células nerviosas del cerebro. 
Estas células por supuesto, están constituidas fundamentalmente por átomos, y las paredes de estos átomos consisten en espiralillas a través de las cuales pasan las corrientes de energía vital. 
De estas espiralillas hay siete series, de las cuales sólo cuatro están en el uso; las otras tres están aún sin usar; son prácticamente órganos rudimentarios. 
A medida que las energías superiores descienden, buscando un contacto en los átomos, la serie de espiralillas que, adelantando la evolución, les servían de canal, son forzadas a entrar en actividad. Si eso se hace muy lenta y cuidadosamente, no resulta perjuicio alguno; pero la demasiada presión significa un daño para la delicada estructura de las espiralillas. 
Estos tubos diminutos y delicados, cuando no están en uso tienen sus lados en contacto, como tubos de suave goma elástica; si los lados son separados violentamente, puede resultar una rotura. 
Un sentimiento de torpeza y pesadez en todo el cerebro es la señal de peligro, si ésta se descuida, sobrevendrá un dolor agudo, seguido, quizá de una inflamación persistente. 
La concentración debe, pues, practicarse al principio con mucha parsimonia, y jamás debe llevarse hasta el punto del cansancio cerebral. 
Unos pocos minutos en cada vez es suficiente para principiar; tiempo que se debe alargar gradualmente a medida que se continúa la práctica. 
Pero por poco que sea el tiempo que se dedique a ello, debe hacerse con mucha regularidad; si se deja pasar un día de práctica, el átomo vuelve a su estado anterior y hay que comenzar de nuevo el trabajo. 
Una práctica regular constante, y no prolongada, asegura los mejores resultados y evita los peligros. 
En algunas escuelas de la llamada Hatha Yoga, se recomienda a los estudiantes que ayuden la concentración fijando la vista en algún punto negro en una pared blanca, y sosteniendo la fijeza de la mirada hasta que sobrevenga el estado de trance. 
Ahora bien: hay dos razones porque esto no debe hacerse. Primeramente, tal ejercicio, después de cierto tiempo, daña la vista, y los ojos pierden su poder de ajustamiento; y segundo, ocasiona una clase de parálisis cerebral. 
Esta principia con el cansancio de las células de la retina; así es que las ondas luminosas chocan en ella y que el punto desaparece de la vista, porque el sitio de la retina donde se formaba la imagen de aquél, pierde la sensibilidad a causa de una respuesta prolongada. 
Esta fatiga se extiende hacia adentro hasta que por fin sobreviene una especie de parálisis, y la persona pasa al estado hipnótico. 
En una palabra: el estimulo excesivo de un órgano de los sentidos es en Oriente un medio reconocido para producir la hipnosis, usándose con este objeto el espejo giratorio, la luz eléctrica, etcétera. Pero la parálisis del cerebro no solo detiene todo pensar en el plano físico, sino que hace el cerebro insensible a las vibraciones no físicas, de suerte que el Ego no puede impresionarlo; no pone en libertad al Ego, sino que solamente le priva de su instrumento. 
Un hombre puede permanecer semanas en un estado de trance provocado de este modo; pero cuando despierta no se encuentra más sabio que al principio del mismo. 
No ha adquirido conocimiento, sino que simplemente ha perdido el tiempo. Semejantes métodos no dan poder espiritual, sino que solamente producen incapacidad física.
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