sábado, 23 de julio de 2016

Cómo Leer los Registros Akásicos Descubre la Memoria de tu Alma (Linda Howe)




LINDA HOWE CÓMO LEER LOS REGISTROS AKÁSICOS DESCUBRE LA MEMORIA DE TU ALMA

CÓMO ENCONTRÉ LOS REGISTROS AKÁSICOS 
Yo no tuve una experiencia cercana a la muerte. 
Más bien fue como si hubiera estado rondando espiritualmente a la muerte durante varios años. 
La situación era ciertamente dura, y no podía comprender por qué. Lo había hecho todo bien: había sido una buena chica, había ido a la universidad, me había esforzado con los estudios y había sacado buenas notas. Tenía un buen empleo y un bonito apartamento. Disfrutaba de lo que parecía una buena vida; pensaba que tenía todo lo que quería... pero me sentía desdichada. Con esfuerzo había logrado todo cuanto me había planteado hacer, pero todas mis consecuciones no habían conseguido acallar el grito que reverberaba desde uno de los cañones de mi alma. Hiciera lo que hiciera, nunca podría ser «lo suficientemente buena»; mis esfuerzos no servían de nada. En ocasiones, simplemente me rendía y me permitía ser tan «mala» como podía tolerar, cualquier cosa para conseguir una sensación de que todo estaba bien, una sensación de seguridad o de relajación. 
Pero tampoco funcionaba. Por último, ya desesperada, recé: «Dios, si estás ahí, tienes que ayudarme. No lo aguanto más. Ayúdame, por favor». Al cabo de seis semanas de aquella oración urgente, ocurrió algo. Yo estaba echada en la cama, apiadándome de mí misma y contemplando las hojas de un árbol que había crecido hasta alcanzar la ventana de mi habitación, en un tercer piso. Una vez más, le pedí ayuda a Dios: «Dime, ¿cómo puede ser que mi vida parezca tan buena y, sin embargo, sea tan desdichada?». Y, entonces, todo se detuvo. Todo el ruido que había en mi interior se silenció, y una sensación de alivio y de calma ocupó su lugar. 
Cuando miré al árbol, tuve la certeza de que estábamos conectados; podía sentir al árbol. 
Con veiiiiiintrés años y habiendo crecido en una ciudad, no había pasado casi tiempo en la naturaleza, y me quedé atónita con la experiencia. Durante unos instantes, sentí con toda claridad que era una con el árbol y con todo cuanto pudiera ver o no. La idea era inmensa y, sin embargo, confortadora al mismo tiempo. Tuve la certeza de que mi vida no había sido el resultado de un golpe de suerte, y se me hizo plenamente evidente que había un Dios. 
Pero lo más importante fue tomar conciencia de que yo le gustaba a ese Dios. Lo de «Dios es amor» no había sido nunca un problema para mí; siempre había sabido que Dios me amaba. Pero nunca había estado segura de que yo pudiera gustarle. En aquel milagroso momento, todos mis miedos se calmaron, y todas mis preguntas quedaron respondidas. 
La sensación de que Dios me conocía plenamente y de que me amaba absolutamente (¡y de que yo le gustaba!) era inequívoca. La experiencia fue tan potente y tan profunda, y la realidad de lo que viví tan abrumadora, que aún no me he acostumbrado a ella... casi treinta años después. Habiendo sido educada en el catolicismo y habiendo crecido en el Medio Oeste, la idea de Dios que se me había transmitido era la de ese «anciano con barba en el cielo», y la mera sensación de estar conectada con el árbol apartó de mí esa idea para siempre. 
El Dios que yo había encontrado en aquel momento iba bastante más allá de mi antigua idea. Mi nueva y expandida versión de Dios era más la de un campo de fuerza que la de una persona. Este campo de fuerza parecía contener numerosas cualidades diferentes que convergieron en un solo punto en aquel momento: un poder pleno de energía y positividad combinado con una exquisita sensibilidad y con una bondad y una compasión cargadas de ternura. 
Había una sensación paradójica de orden sin constricción alguna: un encuentro ordenado de una alegría exuberante, una profunda serenidad, una conciencia precisa y una sensación de reverencia por el momento; y una inclusión abierta y expansiva de todo cuanto existe, todo cuanto haya existido y todo cuanto vaya a existir... todo ello simultáneamente. ¡.Aquél era un Dios que valía la pena conocer! Durante algún tiempo pensé que debería de haber una palabra mejor y más moderna para describir aquel poder y aquella presencia. 
Pero al final decidí que la palabra Dios era la mejor para mí, porque tiene en cuenta la naturaleza misteriosa e incognoscible de este campo de fuerza. 
Desde aquel episodio con el árbol, he tenido la suerte de vivir muchos momentos de conciencia acrecentada. Pero aquella primera experiencia consciente de la presencia de Dios fue la más fascinante y transformadora. En un abrir y cerrar de ojos, todo cambió (yo cambié), y sin embargo todo seguía siendo lo mismo. Simplemente sabía que, fuera cual fuera la experiencia que había tenido, yo quería más de eso. 
Quería vivir toda mi vida desde aquel lugar del ser así conocido, así visto, así amado y así gustado. 
Allí comenzó mi búsqueda. La religión convencional Despegué en mi sendero espiritual con pasión y entusiasmo. 
Intentaba capturar aquella experiencia inicial para hacer que durara, que se prolongara, que se duplicara. 
El deseo que tenía de volver a experimentar aquella sensación de Luz, poder y presencia me llevó a bastantes sitios. 
En primer lugar, fui a iglesias y templos: todo un surtido de ellos, desde iglesias católicas carismáticas, donde rezar en lenguas es la norma, hasta templos budistas, donde la gente practica la meditación y el desapego. En un breve período de tiempo, me di cuenta de que todas las religiones eran y son fundamentalmente buenas; y, hasta el día de hoy, sigo participando en actividades religiosas cuando me siento inclinada a ello. Pero la experiencia de revelación que yo había tenido no estaba allí, ni se buscaba tampoco. 
En lugar de ello, me encontré con montones de reglas y normativas, y con una buena dosis de presión para que las siguiera. Los hombres eran los que llevaban la voz cantante, y las mujeres servían refrescos: aquello no era para mí, la política me estorbaba. En aquella época, yo estaba forcejeando por aceptar mi propia identidad sexual, y tenía miedo de que las autoridades religiosas sospecharan algo y me apartaran. 
Se me hizo muy claro: la religión tradicional no era el sendero que me iba a permitir experimentar de la manera más profunda la presencia de Dios, tal como yo la había experimentado. 
Después de mi despertar espiritual, me sentía tan llena de la gracia de Dios que no me costó nada desprenderme de los hábitos, pensamientos y comportamientos que habían estado impidiéndome el desarrollo espiritual. Al mismo tiempo, se me había dado la energía que necesitaba para desarrollar nuevos patrones de vida. Mi gusto por las fiestas se desvaneció con un esfuerzo relativamente pequeño por mi parte. 
Lo había intentado con anterioridad, pero siempre había estado más allá de mis capacidades. Sin embargo, habiendo sido alcanzada de esta manera, pude moverme sin esfuerzo en una dirección diferente. Cualquiera que haya experimentado este tipo de sanación sabe cuán misteriosa y milagrosa es. 
No existe esfuerzo humano que se le pueda comparar. 
Durante un tiempo, quizás unos seis meses después de que la Luz se abriera en mi interior, mi conciencia se mantuvo muy abierta. Era como si hubiera entrado en una nueva dimensión de vida; y, de hecho, eso era lo que había ocurrido. 
Allá adonde iba algo me «impactaba» con la certeza interior de que todo cuanto veía era Dios, una expresión de Dios, y que yo era una con eso. Si estaba en la cola de la tienda de comestibles, me estremecía al darme cuenta de que todas las personas que había allí eran uno. Bajando con mi automóvil por la hermosa avenida de Lake Shore Drive, en Chicago, me resultaba fácil aceptar que todo cuanto me encontraba era Dios, y que yo era parte de ello. Incluso al pasar por el barrio de Cabrini Green sentía aquel impulso de conciencia que me decía que también aquello era el rostro de Dios, y que yo estaba asimismo vinculada también a aquello.
Me sentía un poco tonta, pero aquello era mucho mejor que la sensación de atasco y de desdicha con la que había estado viviendo anteriormente. Mi madre fue una bendición del cielo en aquella época. Mi madre tiene una fuerte conciencia mística, y no le tiene miedo a la realidad espiritual. Católica progresista, es una mujer que siempre ha ido muy por delante de su tiempo, y me apoyó desde su punto de vista, ofreciéndome directrices y conocimientos acerca de la misa, del misterio de la Trinidad y de las Escrituras. Nunca flaqueó en su apoyo, y por ello le estaré eternamente agradecida. Pero, aun con todo, su enfoque radical de un sendero tradicional no era para mí. 
Explorando nuevas vías Después de explorar la religión, me moví en la dirección de los seminarios de autoayuda. Asistí a montones de ellos, ¡y me encantaban! Cada uno me aportaba algo que yo necesitaba: a veces comprensión, a veces personas, a veces estructura y organización. 
Fuera donde fuera, siempre salía con algo que apoyaba mi crecimiento. Algunos de los talleres fueron positivos, validaban y me hacían sentirme bien. 
Otros fueron más duros, perturbadores y horriblemente incómodos. Todos ellos contribuyeron de un modo u otro a expandir mi conciencia. Pero lo que le faltaba a este sendero era, no obstante, el reconocimiento de la dimensión espiritual de la vida. De modo que proseguí con mi búsqueda, acompañada por innumerables amigos y camaradas. 
Pasé por todo tipo de terapia y de trabajo corporal, y solicité todo tipo de lecturas; mi generación ha hecho celebridades de los videntes espirituales, de modo que estuve cara a cara con numerosos adivinos. Y, como en la mayoría de las vías que exploraba, mis experiencias fueron en general maravillosas.
Continua...
Linda Howe.

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