sábado, 23 de julio de 2016

Cómo Leer los Registros Akásicos Descubre la Memoria de tu Alma (Linda Howe)




La Oración del Sendero 
A medida que pasaba el tiempo en Port Townsend, se nos fue haciendo evidente que nuestra familia estaba hecha para un entorno más urbano. 
No obstante, nos resultó muy triste empacarlo todo y volver al Medio Oeste. Mi trabajo entró en expansión cuando volví a la zona de Chicago. Realizaba consultas individuales y daba clases. La lectura de mis propios Registros Akásicos me había proporcionado acceso a unos recursos inapreciables: clases, ideas y sugerencias acerca de su aplicación. 
Una de las preguntas que siempre me había hecho era la de cómo ser espiritualmente consciente y, al mismo tiempo, participar activa y responsablemente en la vida cotidiana, y esa pregunta seguía exigiendo una respuesta. 
Había visto a muchas, muchas personas que o bien se inclinaban a un lado o bien al otro. 
Pero yo sabía intuitivamente que la fuerza espiritual que había descubierto no pretendía en modo alguno sacarme de la vida, sino más bien potenciar mi vida ordinaria. 
Dedicando tiempo a mis Registros, busqué directrices sobre este tema, así como sobre otros muchos temas. 
Después de varios años ofreciendo mis enseñanzas en el Medio Oeste, me llegó una inesperada llamada de Mary Parker. 
Me dijo que estaba reestructurando su relación con las personas que utilizaban su oración sagrada para enseñar los Registros Akásicos. 
Para entonces, yo ya disponía de una amplia experiencia con los Registros, y los cambios que ella había decidido implementar no tenían demasiado sentido para mí. Me di cuenta de que no podía incorporar sus ideas en mi trabajo, porque las directrices que yo estaba recibiendo eran diferentes de las suyas; de modo que, por respeto a Mary y a su linaje, y por respeto a mí misma, supe que tenía que apartarme de aquel sendero. 
Dejé de dar clases sobre los Registros Akásicos, y sólo continué utilizándolos en mi trabajo con las personas, a título individual. Fue una transición difícil, porque una parte de mí quería seguir perteneciendo a una comunidad a la que había llegado a conocer y querer. Sin embargo, el coste de mantener ese sentido de pertenencia habría supuesto deshonrar mi propia verdad espiritual y, en modo alguno, iba a hacer caso omiso a mis propias guías y directrices. 
Durante los siguientes dieciocho meses, recé, lloré, me hice innumerables preguntas, y atravesé un gran torbellino interior. En el centro de la tormenta, yo forcejeaba con mis relaciones con el Dios de mi comprensión. En aquella lucha se sentaron los cimientos de lo que yo llamaría «las clases de Dios». 
Aunque, inicialmente, lo que yo había creado ofrecía una vía sistemática mediante la cual podía resolver algunas de las ideas caducas que yo tenía acerca de Dios, me di cuenta de que este enfoque podía resultar beneficioso también para los demás; y ello por muy buenos motivos. 
En mis enseñanzas sobre los Registros Akásicos, yo había observado que las personas que se sentían cómodas con su Dios hacían un trabajo rico y profundo en los Registros. 
Y, por otra parte, había visto que a las personas que no se sentían cómodas con su Dios les resultaba más difícil trabajar con los Registros. Así pues, las clases de Dios nos fueron de gran ayuda a todos. Durante el verano de 2001, mientras rezaba frenéticamente pidiendo ayuda, comencé a recibir un mensaje recurrente: ¡que tenía que enseñar los Registros Akásicos! Aquello era fascinante. Yo seguía diciéndole a Dios, en términos inequívocos, que aquello estaba fuera de toda cuestión, pero aquella idea persistente no me abandonaba. Durante el primer fin de semana de septiembre, en mitad de un berrinche espiritual, me llegó una oración. 
Aquella oración atravesó de un lado a otro mis quejas y despotriques, y mi mente se serenó mientras las palabras y el ritmo dominaban silenciosamente el espacio. 
Por decirlo de algún modo, aquella oración me abrió a una poderosa región de los Registros, un lugar donde mi corazón se aplacó y mi mente se puso en sintonía para dar apoyo a mi corazón. Había entrado en un nuevo nivel con la Oración del Sendero. Fue algo sobrecogedor. Después de recibir mi propia oración sagrada desde los Registros, quedé con mi ayudante, Christina, para hablar por teléfono en la mañana del 11 de septiembre de 2001. Tenía planeado compartir mi oración con ella para ver cuál era su reacción. Aquella mañana, mientras hablábamos, las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York sufrieron el ya histórico ataque terrorista, tras el que se abriría una nueva dimensión de la conciencia para millones de personas. Más adelante comentaré algo más acerca de esta sorprendente coincidencia, pero me gustaría pensar que la Oración del Sendero que yo había recibido, que me permitió acceder al Corazón de los Registros Akásicos, era una expresión de las vibraciones superiores que se liberaron aquel día. ¡Tenía tanto que aprender! La Oración del Sendero involucra intensamente al corazón, y eso exige que aquellas personas que la practican sean muy activas en su propio trabajo interior. 
Cuanto más limpio y más abierto tengan el corazón, más fuerte será su conexión con la Luz. Cuando el corazón está abierto, esta oración ofrece una puerta de acceso a los Registros Akásicos. Yo estaba ansiosa por seguir las directrices que obtenía de los Registros, de modo que no tardé mucho en montar el Centro de Estudios Akásicos y en dar clases allí... muchas clases. Nuevas ideas e interpretaciones me seguían llegando de los Registros, y yo actuaba en función de lo que me llegaba con lo mejor de mí misma. 
Lo que más me ha impactado de este particular sendero en los Registros es que, aquí, la compasión y la aceptación tienen una importancia determinante. Con cada lectura que hago (sea para mí misma o para otra persona), me llega una dosis fresca de Luz y de amor. Puede parecer un tanto sensiblero, pero es verdad. Esas energías me han ayudado a crecer, a ir más allá del rechazo de mí misma y del abandono de mí misma, hasta llegar a un mayor amor por mí misma. 
Y, siendo más consciente del amor que hay dentro de mí, me resulta más natural querer compartir el amor con los demás.
A lo largo de los años he acudido a muchos profesionales de diversas disciplinas en busca de consejo. Astrólogos, lectores de auras, intuitivos y canalizadores me han ofrecido multitud de ideas positivas y valiosas. Sin embargo, con mucha frecuencia me lie encontrado con el mismo problema en estas lecturas. Con independencia de quién fuera la persona que hiciera la lectura y del método que utilizara, siempre se me decía, y se me decía del modo más enfático, que sólo con que «me amara a mí misma» todo iría bien. Pero el hecho de que se me instara a ello no me hacía más fácil conseguirlo. 
Aunque yo sabía que habían acertado, y era consciente de su deseo sincero de ayudarme, no sabía cómo traducir sus palabras en una experiencia de aceptación y de respeto por mí misma, tal como yo era en aquel momento. 
Actualmente, a través de la gracia de un Dios infinitamente amoroso y generoso, he conseguido amarme a mí misma más de lo que nunca me había amado. 
A través de este sendero hacia el Corazón de los Registros Akásicos, he disfrutado de la sensación clara y diferenciada de mi propia bondad fundamental, y de la bondad de los demás, así como de la experiencia de ser vista, conocida y amada... y, lo más importante, de gustar. Mi sincero deseo es que este libro le lleve a usted a la fuente de la Luz, de la cual emanan estas maravillosas cualidades: los Registros Akásicos.
Agradecimientos 
Siempre he sido bendecida con unos maravillosos compañeros de ruta en mi viaje. A todas y cada una de las personas que han compartido algún momento de sus vidas conmigo, gracias, desde el fondo de mi corazón, por lo que me han aportado a mí y a mi obra. Me gustaría enviar la Luz a un grupo muy especial de personas. Mi mayor agradecimiento debe ser para Juliette Looye por el regalo de su oficio literario, y por apoyarme mientras descubría el modo de transmitir el amor y la sabiduría de los Registros a través de la escritura. 
Su talento literario, sus habilidades organizativas, su sentido del ritmo y su atención a los detalles son sorprendentes. 
A estos dones hay que añadir su capacidad para disfrutar de la vida, ¡y vaya combinación surge de todo esto! Nuestro trabajo juntas ha sido para mí una bendición y algo parecido a una sacudida. Gracias a Christina Cross, mi ayudante y amiga, por su pureza de corazón, por su mentalidad abierta, por su infinita paciencia y por su visión veraz, así como por su apoyo infinito y por su estímulo. Valoro profundamente el privilegio y el placer que supone para mí trabajar juntas. Gracias a Jean Lachowicz, que siempre ha estado ahí, intrépida y dispuesta a ayudar de cualquier forma posible. Es una mujer persistente, decidida y firme, tanto a la hora de abordar una crisis como a la de elaborar una estrategia a largo plazo; y siempre aporta su fabuloso sentido del humor. Le daré las gracias eternamente. Gracias a Mary Brown, por aparecer en el momento oportuno y por aportarme sentido común. Gracias a Laura Staisiunas, por seguir su Luz y trasladarse a Colorado. Gracias a Carol Schneidman, por ser sincera conmigo. Muchísimas gracias a Mary y a Michelle, por su perfecta ayuda en la undécima hora. Quiero dar las gracias muy especialmente a mi querida amiga Sheila Leidy, una profeta en mi vida, por estar ahí en las intersecciones importantes, haciendo brillar la Luz, y dándome el empujón que necesitaba para continuar. 
Gracias a mis maravillosos alumnos y amigos, especialmente a Anne y Amy, a Rhonda, Homa, Tim S., Kim, Paula, Joan y Jennifer. Gracias al grupo de Port Townsend y Seattle, con Maggie, Sylvan, Johanna y el resto. A todos los demás que se adentraron en el sendero y que permanecieron en él durante todo el tiempo que les fue bien. Os quiero a todos. 
Por toda una vida de amistad y de apoyo, gracias a Charlotte, JoAnne, María, K.D., Gie, George H., Donna, Julee, Mike, Steven, Timothy y Harriet. Gracias a mis hermanos, a todos y cada uno de ellos. A mis brillantes y generosos colegas Robert Dubiel, David Pond y Dawn Silver, un millón de gracias. Miles de gracias a la amable y fabulosa gente de Sounds True. 
Por último, a mi amiga del alma y compañera en la tierra, Lisa. Mi más profunda gratitud por compartir el camino conmigo, por aferrarse a él, por mantener la fe y el enfoque, y por saber que éste es mi trabajo profesional. Te amo. 
Y a Michael, el hijo más maravilloso del Universo: tú eres el gran regalo de mi vida. Te quiero. Gracias a todos.
LINDA HOWE 

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