sábado, 23 de julio de 2016

Cómo Leer los Registros Akásicos Descubre la Memoria de tu Alma (Linda Howe)




Cuando tenía veintiocho años, fui con una amiga a una feria de Re-naissance, donde una echadora de cartas de tarot me hizo una lectura que terminaría convirtiéndose en un acontecimiento muy importante para mí, no por los detalles de lo que la mujer me dijo, sino por cómo me sentía cuando ella terminó. 
Hubo un momento en que dejé que la verdad de sus palabras se sumergiera en mi interior, y entonces sentí una asombrosa sensación de liberación personal. ¡Cuánto me hubiera gustado poder ofrecer aquella misma sensación a todo el mundo! 
Me fui de la feria con la idea de ganarme la vida como echadora de cartas de tarot; pero con el paso de los días empecé a pensar que aquello era ridículo. Los echadores de cartas de tarot, y en general todas las personas relacionadas con la adivinación espiritual, parecen personas muy extrañas, dan la impresión de estar demasiado separadas de la vida convencional, casi como inadaptadas; y me dio miedo pensar que, si me dedicaba a esas «lecturas», yo también pudiera pasar a pertenecer a esa subcultura. 
Aún no me había reconciliado en mi interior con la idea de que se podía ser una persona normal, dentro del mundo, y, al mismo tiempo, dedicarse a echar cartas de tarot. 
No, en aquella época, era una situación de «o esto o lo otro», o vivía en el mundo real o me quedaba en los suburbios de éste. Pero más o menos un año más tarde, otra amiga me sugirió solicitar una lectura a una mujer de Texas que trabajaba con los Registros Akásicos... fuera lo que fuera aquello. 
Se trataba de una mujer muy popular, de modo que pedí cita por teléfono previamente. Ella me comentó que podría decirme el propósito de mi alma, y yo sin duda quería saber qué era aquello. En aquella época, mi situación económica y mi vida laboral eran tan problemáticas que no podía encontrar ni siquiera un sitio donde aterrizar. 
Todos los empleos que había tenido durante aquel período me habían ofrecido algo que yo necesitaba, pero en general había resultado insatisfactorios. Estaba ciertamente desconcertada. Llamé a la hora previamente acordada, y la mujer se lanzó a la lectura. Sus modales eran acogedores pero, entre su marcado acento y las nuevas ideas que me iba presentando, yo no estaba muy segura de lo que me iba diciendo. 
Lo que sí sabía era que volvía a tener aquella sensación clara y diferenciada de ser conocida y amada. El resto de la lectura carecía de importancia, y me pasó por la cabeza el pensamiento de que me encantaría hacer lo que ella estaba haciendo. 
La vida siguió avanzando. Para cuando cumplí los treinta años, yo había resuelto muchos de mis problemas personales. 
Gracias al amor infinito y a la fuerza de Dios, me había liberado de un terrible trastorno de la alimentación y había conocido a una persona maravillosa, con la que sigo compartiendo mi viaje actualmente. 
Cuando Lisa y yo nos conocimos, ella me enseñó a leer las cartas de tarot. Nos pasábamos horas y horas echándonos las cartas. Un amigo suyo, Steven, le había enseñado el modo de descifrar el tarot, y ella simplemente me lo enseñó a mí. 
Nos lanzamos a la marea y, durante un par de años, no perdía ocasión de leer las cartas siempre que podía. Mientras estaba lejos de casa, en la escuela de graduados de la Universidad de Illinois, me pasaba el tiempo desarrollando mis habilidades, haciendo lecturas para los enloquecidos estudiantes graduados. Luego, volví a Chicago y me puse a trabajar en una compañía aseguradora durante el día, para luego hacer lecturas de cartas a otras personas siempre que se me presentaba la ocasión. Detestaba mi trabajo. Intenté que me gustara. Intenté que funcionara. Lo intenté una y otra vez... pero fue en vano. 
Tuve que dejar aquel empleo. Me dije a mí misma que, si lo dejaba, podría obtener las titulaciones de lengua rusa que se me exigían para mi graduación en Historia de Rusia. 
Estaba demasiado aterrorizada como para reconocer que dejaba aquel empleo con la intención de convertirme en echadora de cartas de tarot, de modo que me llené de valor con esta justificación socialmente aceptable de por qué dejaba un empleo magnífico, y di la noticia a las personas más cercanas. Pero intentar aprender ruso, ya por enésima vez en mi vida, era sin duda algo doloroso, tan intolerable como mi empleo en la compañía aseguradora. Después de buscar en mi alma una y otra vez, después de algunos lamentos y rechinar de dientes, me bajé de mi personal cruz casera y dejé lo del ruso. 
Durante tres segundos sentí un bendito alivio, pasados los cuales llegó el terror. Había llegado el momento de la verdad: me admití a mí misma que quería hacer lecturas de tarot... para ganarme la vida. Quería ser una echadora de cartas de tarot profesional. Para llevar a cabo mi sueño, limpiaba casas durante el día y leía las cartas de tarot en los cafés por las noches. ¡Era tan divertido! Al cabo de un tiempo me monté una consulta en mi casa, y el negocio comenzó a crecer. 
Más tarde, comencé a darme cuenta de que un extraño patrón se repetía en mis consultas. Las personas que venían a verme eran, por regla general, personas brillantes y perspicaces. 
Estas personas venían a que yo les hiciera una lectura, mirábamos juntas las cartas y «veíamos» todo tipo de cosas que podrían ayudarles a obtener una mayor claridad y a resolver distintos asuntos en su vida. 
Luego, nos felicitábamos mutuamente mientras yo las acompañaba a la puerta y, más tarde, entre seis y ocho meses después, regresaban quejándose exactamente de los mismos problemas. Perdón, debo hacer una corrección: algunas personas regresaban con los mismos problemas. 
Había dos grupos claramente diferenciados. Las personas de uno de los grupos sólo necesitaban comprender un poco las cosas para resolver sus dificultades o para superar sus limitaciones. Para estas personas, el problema era cierta falta de conocimiento, de modo que el conocimiento resolvía siempre sus problemas. Pero para las personas del otro grupo había algo más en la raíz del problema. Para ellas, el conocimiento no necesariamente se traducía en poder; y, sin el poder que parecía necesitar, las personas de este grupo parecían seguir atascadas. Resultaba doloroso que estas lecturas no parecieran «prender», y aquello me hacía sentir muy mal. 
Mis oraciones se llegaron a hacer desesperadas: «Dios, tiene que haber una forma en que las personas puedan acceder al poder que necesitan para resolver sus problemas. Evidentemente, el conocimiento no es suficiente. 
Es algo magnífico hasta donde alcanza, pero hay veces en que no llega hasta el fondo. ¡Socorro! ... y P. D. ... la solución no puede hallarse en ningún tipo de dogma ni institución porque, como grupo, las personas que vienen a mí no les gusta todo eso». Para entonces, ya me había acostumbrado a recibir respuestas de Dios ante las oraciones realizadas desde el corazón, y sabía que la respuesta llegaría en el momento oportuno. No tenía ni idea de cuál sería la respuesta, pero estaba abierta a cualquier solución de verdad.

Un viaje chamánico 

No mucho después de aquella oración, una amiga me invitó a un círculo chamánico de tambores. A mí no me apetecía ir; la idea de sentarme descalza en un círculo con un puñado de personas ataviadas con esas camisetas que llevan pintados animales de poder se me antojaba espantosa, para nada una experiencia de poder. Sin embargo, mi amiga estaba entusiasmada con aquello, de modo que finalmente cedí. Imagine: ahí estaba yo, leyendo cartas de tarot para ganarme la vida y, al mismo tiempo, temiendo que el círculo chamánico de tambores me pareciera demasiado raro. ¡No tuve más remedio que reírme de mí misma! La mujer que dirigía la reunión se llamaba Pat Butti. Ella tenía el grupo más estable y con más largo recorrido de toda la zona, de modo que me pareció lo suficientemente seguro. Era una mujer grande, lo último que esperaba, con el cabello a mechas, un perro de peluche y una alfombra en el suelo. El ambiente rebosaba de bienvenidas. 
Pat explicó brevemente el viaje en el que nos íbamos a embarcar. Todo aquello me sonó un poco melodramático, y supuse que a mí no me iba a ocurrir nada de lo que decía, pero decidí dar un voto de confianza y participar honestamente con lo mejor de mí misma. Con los primeros golpes de tambor me fui... me fui a otra dimensión, una dimensión tan real para mí como la ropa que llevaba puesta. Lo sentí, sentí el poder para efectuar el cambio; sin dogmas, sin instituciones; fuerza vital pura. «De acuerdo, Dios pensé cuando emergí del trance, ¿y ahora qué?» Pocas semanas después, estaba yendo a clases de chamanismo clásico en la Foundation for Shamanic Studies (Fundación de Estudios Chamánicos), donde tuve la inmensa fortuna de tener como profesora a Sandra Ingerman, la autora de Soul Retrieval (Recuperación anímica). 
Mis consultas de tarot cedieron terreno, y comencé a ofrecer sanación chamánica. Era una forma maravillosa de entregar energía y poder a las personas que lo necesitaban, de permitirles recuperar por sí mismas la fuerza vital perdida. Durante cinco años trabajé como terapeuta chamánica en sesiones individuales y en grupo. Fue maravilloso. 
Quizás haya adivinado usted lo que viene después, que un sendero que me había resultado plenamente satisfactorio estaba a punto de cerrarse para abrirse otro nuevo. 
Un día, mientras dirigía un círculo de viaje e invocaba las direcciones, como suele hacer quien oficia (pidiendo, esencialmente, que todas las personas presentes puedan obtener lo que necesitan), me escuché a mí misma invocando a Dios y pidiéndole protección y apoyo. 
No estaba invocando a los espíritus del este, del sur, del oeste y del norte, como era habitual, sino a Dios. Es cierto que las direcciones y los animales (así como todas las cosas naturales) son expresiones de Dios; pero, por algún motivo, sin pretenderlo, había dejado a un lado la estructura chamánica. Después de aquello, cada vez que hacía una sanación chamánica con alguien, me escuchaba a mí misma diciéndole a Dios que aquella persona era su hijo o hija, y que necesitábamos que él mismo se ocupara de la situación. Finalmente, estando de pie en otro círculo de tambores, hubo un momento en que, al mirar hacia abajo, me miré las manos y vi las señales físicas de algo que no acababa de encajar: ¡que yo era una de las chicas más blancas de la ciudad! Y pensé que haría bien en dejar el chamanismo a otras personas.

Los Registros Akásicos 

Había llegado el momento de pronunciar una vez más mi oración de la desesperación. Esta vez fue algo así como: «Dios, tiene que haber una forma de acceder tanto al conocimiento como al poder, una forma que sea fácil y sencilla. 
Sin trastos que llevar de aquí para allá; quizás sólo una oración. Por favor, ayúdame». Y no me quedó la menor duda de que la ayuda estaba en camino. 
Pocas semanas después, yo estaba en un panel de expertos ofreciendo alguna información sobre chamanismo, y había otra mujer que estaba allí para hablar de los Registros Akásicos. 
No estaba muy segura de lo que esa mujer estaba diciendo, era todo muy esotérico, pero había algo atrayente en ello, de modo que decidí participar en un curso de Iniciación a los Registros Akásicos de dos días de duración que ella misma impartía. 
En aquel curso, nos enseñó cómo abrir los Registros pronunciando una oración específica. Y cuando seguí sus indicaciones... ¡bam!, sentí un cambio claro y diferenciado. 
Y allí estaba otra vez aquella sensación, la sensación de ser conocida y amada. No fue tan abrumadora como la experiencia original, pero la reconocí... y sentí que, por fin, estaba en casa de nuevo. Pero lo que me resultó más convincente de aquella nueva experiencia fue que no había sido nada sensacional. 
No había sido un fenómeno espectacular: nada de chácharas con voces divertidas, ni tampoco ojos que se entornaban ni todo eso. Fue sólo un sutil, sencillo y discernible cambio dentro de mí que me permitía acceder a la dimensión de conciencia que había estado buscando. 
Con el transcurso de los años, esta sensación de amor ha demostrado ser ciertamente fidedigna para mí. 
En cualquier momento en que desee entrar en este maravilloso estado, lo único que tengo que hacer es pronunciar esta oración. Comencé a hacer lecturas akásicas para mis clientes chamánicos y, durante dos años, trabajé con ambos sistemas. Hacía lecturas para mí misma casi a diario, y practicaba las lecturas akásicas con cualquier persona que me lo permitiera. Tenía la sensación de que la Luz me había «atrapado» para llevarme en una dirección diferente. 
Fuera en las lecturas que me hacía para mí misma o en las lecturas que hacía para otras personas, lo cierto es que conseguía entrar en aquel estado de conciencia que tanto había estado buscando. Pero había más: todos mis años de estudio se estaban relacionando en mi interior.
Yo había explorado los escritos de Joel S. Goldsmith y de Alice Bailey, entre otros; y, como consecuencia de ello, estaba mentalmente preparada para la siguiente etapa de mi viaje. 
Las Iglesias del Nuevo Pensamiento, la Ciencia Religiosa y Unidad, todas las puertas que yo había abierto con anterioridad, me ayudaron en gran medida también. 
Todo lo que había experimentado y aprendido a lo largo de la vida acudía en mi ayuda paca adentrarme en esta nueva esfera. ¡Y todo lo aprendido sigue prestándome su ayuda! 
En 1995, Lisa y yo nos trasladamos a la península de Olympic con nuestro hijo pequeño, Michael, con la creencia de que aquél sería nuestro hogar para el resto de nuestras vidas. 
Nos encantaba; estábamos rodeados de una belleza espectacular, en la pintoresca ciudad portuaria victoriana de Port Townsend. Allí, casi fuera del mapa, en una ciudad de siete mil habitantes, mi consulta creció rápidamente. 
Era un lugar donde la gente iba a sanarse, de modo que mi trabajo fue muy bien recibido. Pero los trastornos de la mudanza y la educación de un niño pequeño fueron demasiado estresantes para mí. Me sentía agradecida por el hecho de que se valorara mi trabajo, pero la lista de clientes estaba creciendo hasta un punto que me resultaba difícil de manejar. 
Tenía que ver en consulta a tantas personas cada semana que terminé sintiéndome muy estresada. Finalmente, y aunque me encantaba mi trabajo, el exceso de clientes me pasó factura, y al cabo de un tiempo empecé a tener la sensación de que me desmoronaba en mil pedazos. 
Había que renunciar a algo, y volví a la oración una vez más: «Dios, por favor, ayúdame. Dime qué debo hacer en esta situación». Y entonces me llegó una revelación. Súbitamente, comprendí que muchas de las personas que venían a mí en busca de lecturas de los Registros Akásicos podían hacer aquel mismo trabajo por sí solas; no había ninguna razón obvia por la cual esas personas no pudieran aprender a leer los Registros. La solución a mi problema pasaba por enseñar a la gente a hacer aquel trabajo para sí mismos y para los demás. 
Si mis clientes podían aprender a acceder a sus propios Registros, podrían también ayudarse a sí mismos en el desarrollo de su propia autoridad espiritual. 
Podrían pasar de depender de mí a seguir sus propias directrices espirituales, con lo cual conseguirían desarrollarse y madurar. Luego, podrían buscar mi ayuda sólo en el caso de que se quedaran bloqueados o de necesitar de un apoyo externo para seguir avanzando en su viaje. 
Mi objetivo era, y siempre ha sido, ayudar a los demás en su búsqueda, ayudarles a encontrar su propio camino, en lugar de encontrarlo yo para ellos (cosa que, por otra parte, no podría hacer de ningún modo). Nunca había pretendido alimentar una dependencia innecesaria hacia mi persona, y me sentí aliviada cuando me llegó esta solución. 
Creo que en la búsqueda espiritual hay distancias que tenemos que transitar solos, y nuestro reto consiste en aprender el modo de hacerlo. Después, hay otros momentos en que lo mejor es buscar el consejo de otras personas. 
A lo largo del camino, mediante ensayo y error, aprendemos cuándo hay que ir solos y cuándo buscar ayuda. 
Y aprendemos que, en última instancia, estamos aquí para ayudarnos unos a otros. Así pues, mi oración había recibido respuesta, y disponía de una solución. Enseñar a mis clientes a leer sus propios Registros Akásicos era una manera de darles poder para que se ayudaran a sí mismos. 
Entonces, podría disponer de tiempo para concentrarme en aquellas personas que necesitaban de la ayuda de alguien externo y, al mismo tiempo, podría disfrutar viendo cómo mis alumnos akásicos crecían y descubrían su propia autoridad espiritual. 
Era perfecto, pero... habría que esperar.

La autorización para la enseñanza. 

Aunque mis directrices internas me estaban animando a meterme en el mundo de la enseñanza, tanto las potencias humanas como las que están más allá de lo humano aconsejaban que sería mejor esperar. ¡Y yo no soy una persona a la que le resulte fácil esperar pacientemente! Pero esperé, porque necesitaba a un maestro o maestra que me ayudara a pasar al siguiente nivel, que me ayudara a arraigar en la práctica con la suficiente solidez como para transmitirla de una forma efectiva. Durante todo un año, seguí haciendo consultas para los demás y haciendo juegos malabares con el resto de mi vida. Y fue durante aquel año cuando conocí a la maestra que necesitaba. Yo tenía una lista de cualificaciones a las cuales debería ajustarse el maestro o maestra correcto, una lista muy específica y detallada. Quería apoyo, guía e instrucciones de alguien a quien yo admirara, respetara y de quien disfrutara. También quería a alguien con quien sentirme libre para ser sincera, y con quien sentirme lo suficientemente segura para ser vulnerable, y que, sin embargo, reconociera también mis puntos fuertes. Idealmente, esta persona tendría todo lo que yo necesitaba, y sería capaz de instruirme. 
Y, un día, llegó Mary Parker, y ella se convirtió en esa maestra que yo buscaba. En cuanto conocí a Mary se me abrió un camino, y todo comenzó a encajar en su sitio con rapidez. 
Mary había recibido una «oración sagrada». Una de las formas en las cuales las personas conectan con los Registros Akásicos es mediante el uso de «oraciones sagradas». 
Estas oraciones se les dan a las personas como «códigos de acceso» que les permiten entrar, experimentar y salir de los Registros sin contratiempos. 
Esta tradición de la oración sagrada se basa en los patrones vibratorios de determinadas palabras y frases, que juntas establecen una cuadrícula vibratoria de luz, un puente energético hacia una región particular de los Registros Akásicos. Cada oración emite una señal en el nivel del alma que contacta y ejerce su atracción sobre las personas que resuenan con la vibración de la oración. Dado que esas personas están energéticamente relacionadas con los determinados tonos, luces y sonidos de esa oración, pueden utilizarla, si así lo desean, para conectar con los Registros. Actualmente, hay muchas personas en relación activa con los Registros Akásicos, y utilizan diversas oraciones sagradas con magníficos resultados. Cuando Mary y yo entramos en contacto por teléfono nos reconocimos de inmediato la una a la otra. 
Yo lo organicé todo para que ella viniera a Port Townsend a dar una Clase de Iniciación. Al menos, suponía yo, ella dará la enseñanza; pero no fue así. Llegó el fin de semana, se reunieron más de treinta y cinco personas en el centro comunitario... y ella me puso a mí al frente de la clase. Con las bendiciones de Mary Parker, recibí la autorización para enseñar los Registros Akásicos haciendo uso de su oración sagrada. 
La gente vino, comenzaron las clases y, a través de mis propios Registros Akásicos, se me reveló un trabajo avanzado. 
Esta época de mi vida no pudo ser más excitante, exigente ni fabulosa. Me encontraba con una forma de transmitir a los demás aquello que les permitiría acceder a su propia autoridad espiritual, un método fiable, sencillo y nada dramático de dar apoyo a aquellas personas que habían sido llamadas a esta Luz como sendero de desarrollo de la conciencia. 
Para mí ha sido particularmente significativo el hecho de enseñarle a la gente el modo de independizarse espiritualmente y depender de Dios al mismo tiempo. 
Sé que hay veces en que debemos buscar consejo en otras personas. En el sendero espiritual, trabajamos con la dualidad de hacer las cosas por nosotros mismos y de dejar que otros nos ayuden. Saber qué hacer y cuándo hacerlo es una habilidad de madurez espiritual. Por otra parte, la vida se hace bastante incómoda cuando una se ve inmersa en las dudas acerca de una misma. Yo he vivido eso. Durante aquella época en que estaba confusa e intranquila, es decir, cuando me dirigía hacia un compromiso espiritual más auténtico, pero haciendo cosas para eludirlo al mismo tiempo, salía de mí misma en busca de toda la gente que pudiera encontrar que fuera capaz de orientarme. Buscaba, me esforzaba, anhelaba que alguien me dijera cuál era mi propósito, qué era lo que Dios quería de mí, qué esperaba el Universo de mí. Era terrible. En esencia, lo que deseaba era que otra persona, inspirada por la divinidad o no, me dijera quién tenía que ser y cómo tenía que ser en esta vida. Se me hacía de noche ante la mera idea de descubrir estas cosas por mí misma. ¿Qué pasaría si me equivocaba de sendero? Ciertamente, era una cuestión de responsabilidad: si yo seguía el consejo de otras personas y no funcionaba... sería culpa de ellas, no mía.
Continua...
Linda Howe.

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